Durante mi infancia conviví con el cuadro de una panda de verdiales, regalo, a primeros de los 60, de Eugenio Chicano a un abuelo del firmante. En casa de este abuelo el cuadro ejercía en un servidor una fuerte atracción.
En una Málaga detenida en sus gustos estéticos frente a las plácidas pero estancadas aguas del costumbrismo y el Impresionismo, los trazos innovadores de Chicano se convertían en un paisaje nuevo, alejado de los mil veces plasmados bodegones, patios con majas y toreros y otras escenas costumbristas, como si los salones malagueños que acogían estos cuadros se hubiesen detenido en el tiempo, y en concreto, en los de la Guerra de Cuba.
Y no es que estas obras no tuvieran calidad, es que parecía que con ellas, sus complacientes propietarios ponían el punto final a la evolución mundial de la pintura.
La panda de verdiales de Chicano desmentía al niño de entonces, hoy un incipiente cuarentón, este portazo estético.
Y es que, en su obra artística como cartelista, muralista, pintor y grabador no sólo abrió nuevos caminos sino que también nos supo mostrar las sendas abiertas por su paisano Pablo Picasso, en una Málaga que sabía tanto del artista más famoso del siglo XX como de filología asiria.
La muestra de la Sociedad Económica de Amigos del País, Chicano pinta a Picasso, es un buen exponente de esta faceta. Y aunque esta exposición sólo incluyera una obra, en concreto Los cuadros jinetes del Apocalípsis. Poética de un fotograma con Helena Domínguez y Rodolfo Valentino, ya estaba amortizada la visita. La obra, expuesta en la Bienal de Venecia del 82, en la que el autor fue el artista que representó a España, es sencillamente magistral y un exponente del universo de Chicano en el que no faltan personajes universales como Borges, Rodolfo Valentino, Hemingway o un endomingado niño llamado Pablo Ruiz Picasso.
Impresiona también el Homenaje a Torrijos junto a sus hombres y Mariana Pineda. En el paisaje pop de la plaza de la Merced, la luchadora contra los desmanes de Fernando VII sostiene en sus brazos el mismo niño muerto que una madre desgarrada lleva en su regazo en el Guernica.
También están presentes las obras realizadas a lápiz, verdadera ingeniería del puzzle a color. En ellas vemos cómo los símbolos prohibidos resurgen durante la Transición, como Lorca, Buñuel, Blas de Otero y por supuesto, Picasso.
Hay una obra especialmente llamativa, y son tantos sus detalles que bueno es si permanecemos ante ella muchos minutos. Se trata de Parade, una hermosa reflexión sobre la creatividad de don Pablo, en la que el pintor de la plaza de la Merced nos contempla sentado sobre un lienzo y rodeado de botes de pintura.
Pintores hay que reniegan de sus influencias, como si los artistas surgieran por combustión espontánea. Eugenio Chicano reafirma sus influencias y las convierte en una de vuelta de tuerca más de su mundo artístico.
No se pierdan esta muestra que reúne a dos artistas que un buen día, hace algunos años en el sur de Francia, se conocieron y como se ve, se comprendieron.