La toma de posesión como académico de San Telmo del cineasta malagueño Carlos Taillefer fue una exhibición de incorrección política y espíritu reivindicativo.
El pasado jueves el productor y cineasta malagueño Carlos Taillefer de Haya ingresó en la Real Academia de Bellas Artes de San Telmo. Se trata del primer académico de número relacionado con el cine, en la nueva sección de Artes Visuales y además, de un profesional no sólo de prestigio sino políticamente incorrecto. Como señaló el presidente de la Academia, José Manuel Cabra de Luna, aporta a la institución «una opinión formada pero muy crítica, no exenta de ánimo polemista pero eso debe ser cualquier academia, abierta al conocimiento pero también a la discusión».
En ese sentido, sólo hay que recordar su reciente colaboración publicada en La Opinión con motivo de la última edición del Festival de Cine Español de Málaga, que con el título de Hablemos claro, hablemos de cine, hizo un repaso muy crítico del evento porque a su juicio, después de 19 ediciones sigue sin concitar el interés de directores españoles de peso y ahora se propone competir con el veterano Festival de Cine Iberoamericano de Huelva, en lugar de potenciar «su marca y signo originarios».
Carlos de Haya cuestionó con ánimo de crítica constructiva lo que hay más allá de la kilométrica alfombra roja de Málaga y no puede decirse que haya recibido el aplauso de los respetables organizadores.
Tampoco su discurso de ingreso, sobre la relación de los oficios del cine con las Bellas Artes, fue políticamente correcto. En el Salón de los Espejos del Ayuntamiento, donde tuvo lugar el acto, lamentó que en la ciudad de Málaga, «sede de franquicias culturales», la cultura se venda siempre «de arriba a abajo y nunca al revés, privando así de dar una oportunidad a aquellas personas, nacidas en esta ciudad, de indudable valía, que han destacado en el ámbito de la cultura y se han visto obligadas a emigrar para desarrollarse».
También abogó porque algún día «Picasso sea a Málaga lo que Mozart es a Salzburgo», en referencia a la admiración unánime que el músico provoca, algo que no ocurre con Picasso, pues en su ciudad natal sigue causando rechazo entre algunos particulares y también autoridades, no sólo «por diferencias estéticas, sino por su radical ideología de izquierdas». Por eso, subrayó que la obra y su significado no deberían mezclarse con la ideología.
Terminó su intervención con una potente imagen visual: en su opinión, la cultura para los políticos es «lo mismo que una flor en la solapa, un puro adorno, al que no se da otra importancia que la puramente ornamental y se tira cuando deja de prestar ese servicio». Comparó estos últimos cuatro años de política cultural con lo más próximo, en sentido figurado, a Los fusilamientos del 3 de mayo de Goya, «una especie de ejecución por ineptitud de todo aquello que sonara a creación y saber» y expresó su deseo de que algún día, los gobiernos se impliquen para que «se imponga la cultura del saber y el conocimiento». Un vendaval de espíritu crítico acaba de tomar posesión en San Telmo. Muchas felicidades.