En el olvidado arroyo de La Caleta, que sigue inquietando en El Limonar, se encuentran los bajos del puente de Don Wifredo, tomado por las pintadas.
En 2012 y 2013 La Opinión recorrió con un experto senderista el arroyo Toquero, hasta la confluencia con el arroyo de la Caleta, en unos tiempos en los que la abulia administrativa había dejado el cauce igual que un tramo amazónico de la Ruta Quetzal. Había que avanzar con machete en muchas zonas de este cauce urbano, dejado de la mano de sus supervisores, que Dios tenga en sus despachos con aire acondicionado y, nos tememos, alejados de la realidad.
Pero las denuncias en la prensa surtieron efecto, así que retiradas todas estas toneladas de desidia burocrática en forma de ramas, esta sección realizó ayer el camino inverso, un tramo del cauce del arroyo de la Caleta hasta el puente de Don Wifedro. Por tanto, aguas arriba (es un decir).
Lo más llamativo y lo que sigue inquietando a los vecinos es la convivencia del arroyo con las calles del Limonar. De hecho, hasta hace bien poco ha servido de aparcamiento, imprudencia que provocó, tanto en 1989 como el 2006, que algunos automóviles se convirtieran, forzosamente, en anfibios y navegaran arroyo abajo hasta la playa de la Caleta por sendas inundaciones.
Porque a partir de la calle San Vicente de Paul, siempre aguas arriba, el cauce sin separación alguna con el resto del barrio se transforma en un cutrísimo espacio con el suelo cubierto de un repellado más que irregular y que recuerda a un traje hecho a retales. Por entre los recovecos de este hormigón o cemento echado de mala manera crecen con brío los matojos, mientras de los antiguos jardines del Limonar asoman pinos, araucarias y cipreses con ganas de rascar el cielo, así como buganvillas de un rojo y rosa intensos. Pero no conviene mucho mirar al cielo porque el suelo está plagado de cacas (de perro, suponemos).
Por cierto que un alma caritativa, en el muro blanco del colegio Madre Asunción, advierte en una pintada: «No aparquéis, multa 200 euros».
Y tras cruzar la calle Ramos Carrión, de nuevo al mismo nivel que el arroyo y sin separación, entramos ya en un tramo que es pleno campo, con un sendero por el que se pueden otear las mansiones supervivientes del boom urbanístico, que acabó con bastantes.
Y así, escoltados por altivos matorrales, llegamos al puente de don Wifredo, una construcción de algo más de medio siglo que se ha convertido en un templo del grafiti, aunque muchos de ellos entren en la categoría de chungaléticos. En todo caso, resulta especial pasear bajo esta gran bóveda y concluir que es mucho más espectacular de lo que parece en la superficie: un puentito sin más, bajo el que se unen los arroyos de Toquero y la Caleta.
Y en la superficie, en la calle Goethe, sobrevive de milagro y pese al desinterés municipal el cartel original del puente dedicado a don Wifredo, que no fue ningún rey godo sino el ingeniero Wifredo Delclós quien, ya mayor, asistió a la inauguración de su puente. No estaría nada mal restaurar este hermoso cartel y algún día, hacer obras en el arroyo porque, de vez en cuando, baja con ganas de transportar más coches anfibios.
El grafiti bien hecho es un arte como otro cualquiera que merece toda consideración.
Pero no hay derecho con la excusa del grafiti ensucien espacios unas veces abandonados y otros que no lo están y lo que hacen es ensuciar las paredes que luego se tiene que limpiar con el dinero del pueblo y denigran este arte, que deberían pagar los grafiteros lo que han ensuciado.Saludos.