A los candidatos de estas elecciones sólo les falta bailar reguetón en las discotecas, en lugar de debatir, para demostrar que son normales hasta el hartazgo.
Hace pocas horas que ha dado inicio la campaña electoral, la quinta en algo más de dos años para los andaluces, muchos de los cuales pueden rescatar –disculpen la poca originalidad– el título de Almodóvar (¿Qué he hecho yo para merecer esto?), para resumir su estado anímico.
Un par de semanas atrás, un amable lector nos indicaba que en la avenida de Cánovas del Castillo, escondido entre el ficus de la glorieta, casi en los bigotes del estadista malagueño, todavía pervivía un cartel electoral de las elecciones del pasado mes de diciembre, destrozado por los vientos. Mira por donde, el cartel va a vivir una suerte de relevo de guardia y puede que sea sustituido por el mismo candidato. ¿Volverá a quedar abandonado a su suerte hasta las próximas elecciones?
Pero no teman, aunque esta cita electoral sea para pegar un metafórico cogotazo a quienes no han sabido ponerse de acuerdo durante meses, es muy probable que, por lo menos, sea fascinante desde el punto de vista antropológico. Porque, mucho se teme el firmante que lo que aquí tratarán de demostrar los candidatos es que son personas normales, de la calle, igual que Chema y Julián, el panadero y el kiosquero de Barrio Sésamo, respectivamente.
En los medios de comunicación nuestros políticos cantan, bailan, practican deporte, debaten con niños, departen con la prensa rosa y hasta un programa electoral hay en el que imitan a maniquíes en un catálogo de muebles.
La infantilización de la política ha llegado para quedarse, símbolo de unos tiempos en los que priman las ideas simplonas y una selección de representantes públicos que no pasará, probablemente, ni a la Historia de España.
Esa obsesión de los candidatos por parecer personas normales es lo más inquietante y ridículo del contexto actual. Al menos, a un servidor, le importa un pimiento morrón si la próxima ministra o el próximo presidente del Gobierno mueven bien el esqueleto, leen periódicos deportivos, son activos sexualmente, salivan con Juego de Tronos o juegan al baloncesto.
Disculpen que tal día como hoy esto parezca una arenga pero no necesitamos que nos demuestren normalidad alguna. España, con unas cifras trágicas de paro y una pobreza galopante, no necesita comprobar que los candidatos son como usted y como yo sino excepcionales y que, aunque no sepan cocinar como Jordi Cruz ni troten en pantalón corto, son más que duchos en Derecho, Economía, Historia, Inteligencia Emocional, Inglés, Francés, Alemán…Políticos con vocación de estadistas aunque eso suponga no enseñar el espíritu quinceañero en Qué tiempo tan feliz, hacer el indio en El hormiguero o privarse de conocer la mansión de Bertín.
La vieja y la nueva política tienen en común la exhibición infantiloide. Aquí vuelven los adolescentes más normalitos del mundo. La excepcionalidad, que se tome un descanso.