La plaza del Niño de las Moras fue diseñada para que unos alcorques desproporcionados restaran espacio público y se convirtieran en un incordio.
Con motivo del 40 aniversario de la Asociación de Vecinos del Palo, junto a la presentación de los actos conmemorativos el pasado 18 de mayo, el principal hilo conductor han sido cuatro reivindicaciones para el barrio: la ampliación del centro de salud, una piscina cubierta pública que compense los altos precios del vecino centro deportivo de la ACB, así como remodelar la plaza de las Cuatro Esquinas y el avejentado paseo marítimo.
En la misma línea, la Asociación de Vecinos Evolución de Campanillas, que cumple también este año cuatro décadas, no ha querido que la conmemoración haga olvidar la parte más reivindicativa de los colectivos vecinales y sigue peleando por una gran plaza en mitad de la calle de José Calderón, con un tramo peatonalizado y también por una gran zona verde junto al río Campanillas.
Dos ejemplos de asociaciones de vecinos que no se limitan a ofrecer talleres, como cada vez hacen más colectivos de este tipo y que siguen con su razón de ser: tratar de conseguir mejoras para el rincón de Málaga en el que viven.
Mañana viernes, precisamente, los vecinos del Palo celebran su gran día en el conservatorio del barrio y en la sede de la asociación de vecinos. Por este motivo, un servidor quisiera también reivindicar otra mejora, quizás más modesta pero necesaria: la plaza del Niño de las Moras, donde se encuentra la sede de la asociación, obra del arquitecto Carlos Hernández Pezzi y cuya fachada recuerda, de forma deliberada, claro, a un pequeño ayuntamiento de pueblo.
La plaza del Niño de las Moras, a pequeña escala, tiene el problema que de la primera fase del Parque del Norte denuncia la también activa Asociación de Vecinos de Nueva Málaga: el parque es una gincana. Y en efecto, la profusión de jardineras de gran altura hace que el paseo sea más bien un laberinto sin minotauro, sólo apto para quienes les agraden esos vericuetos, pero no, por ejemplo, para las personas que paseen a un niño en carrito o quien no desee driblar.
En la plaza del Niño de las Moras ha ocurrido lo mismo. Las jardineras que allí se alzan sólo son comparables con los chiringuitos ciclópeos de La Malagueta y La Caleta.
Su principal función, además de proteger árboles de un ataque de tanques, es la de impedir un paseo razonable por la plaza y restarle metros cuadrados. La plaza del Niño de las Moras, pensada para los vecinos, ha sido diseñada para que reinen estas jardineras dignas del Coloso de Rodas.
La remodelación de la plaza, muy concurrida sobre todo por las tardes, debería conllevar de paso la restauración del busto dedicado a Juan Ternero Mingorance, el Niño de las Moras, que luce un sombrero que en breve puede que abandone su testa flamenca, de lo mal que está.
Muchas felicidades a los vecinos del Palo por estas cuatro décadas y que consigan cuanto antes sus cuatro grandes objetivos, y si es posible también una nueva plaza.
También sirven para sentarse a la sombra.