El bachiller de Artes y sacerdote Diego de Hoces, natural de Málaga, fue uno de los diez compañeros de Ignacio de Loyola, germen de la futura Compañía de Jesús.
Hay muchos misterios a lo largo de la Historia, uno de ellos que el veinteañero Fernando de Rojas fuera capaz de escribir una obra maestra universal, La Celestina, y luego se retirara a sus quehaceres leguleyos y no publicara jamás ni una coma.
Otro, que la Reina Sofía, después de 50 años en España, siga hablando como Doña Croqueta. Sin duda hay muchos más, como el poder de atracción de la política pese a la ensalada de puñaladas traperas, mayormente de compañeros de partido, que tiene que soportar todo aspirante a esta profesión casi siempre vitalicia y bien remunerada (hace unos meses, una joven senadora confesaba su profunda vocación por el servicio público pero, sorprendentemente, entre sus planes no se encontraba, ni por asomo, opositar a la función pública…).
Un enigma más, al menos para un servidor, lo evidencia una biografía de la serie Españoles eminentes, que hace pocos años ha puesto en marcha la Fundación Juan March y que publica Taurus de forma periódica, para que en España contemos con biografías actualizadas y sólidas de grandes personajes de nuestra Historia, en la línea de las biografías que tan bien escriben los ingleses.
Se trata en este caso de la vida de Ignacio de Loyola, del académico de la Historia Enrique García Hernán. El firmante desconocía que en el reducido núcleo de una decena de personas, entre ellos el propio San Ignacio, que con los años daría origen a la Compañía de Jesús, se encontraba el malagueño Diego de Hoces, que no cuenta con calle en Málaga pero sí en Baeza (suponiendo que sea el mismo).
Don Diego fue uno de los primeros seguidores de Ignacio de Loyola, pues lo conoció en los tiempos en los que el vasco todavía se llamaba Íñigo y era estudiante en Alcalá, a donde acudió para recibir una formación que le permitiera continuar con sus planes, que terminarían fraguando en la Compañía unos 15 años más tarde.
El fundador de los jesuitas, que bregó por media España y Europa, volvió a cruzarse con Diego de Hoces en Venecia, donde el malagueño, sacerdote y bachiller en Artes como Ignacio, tenía importantes contactos, aunque eso no le libró de ser sospechoso de alumbrado, sospecha de la que tampoco escapó Ignacio de Loyola (los alumbrados, un movimiento seudomístico, pensaban que el perfeccionamiento se alcanzaba con la oración).
En ese tiempo en Italia el deseo del fundador de los jesuitas era que el grupo de seguidores se ordenara sacerdote (el malagueño ya lo era) y pudiera peregrinar unido a Jerusalén, algo que le impidió la guerra contra el Imperio Otomano.
Diego de Hoces recibió los famosos Ejercicios espirituales de su maestro e hizo gestiones a favor del grupo ante el papa Paulo III, que terminaría dando el visto bueno a la Compañía de Jesús. El fallecimiento del malagueño antes de que esto sucediera ha motivado, seguramente, el olvido en su ciudad natal, que cuenta en su callejero, eso sí, con la céntrica calle Compañía.