Si para no perderse en la trama de algunas series americanas hace falta un árbol genealógico y un cuaderno, muy pronto los visitantes que quieran otear cómo funcionan las empresas, escuelas de negocios e incubadoras de empresas de Málaga necesitarán un traductor simultáneo o las audioguías que se reparten en los museos.
La principal modernización de las empresas españolas parece ser la idiomática. El español ha sido desterrado por el inglés, como acaba de ocurrir en Eurovisión, que era el último reducto.
Ya no basta con que estos santuarios empresariales emulen a las empresas de Silicon Valley y parezcan un parque de bolas, es necesario que la sociedad estamentaria norteamericana del business se implante con todas las consecuencias. Y así, los malagueños contemplamos que los puestos empresariales de antaño han sido suplantados por cosas como el CEO, el CFO, el CTO, el CIO, el project manager, el developer, el managing director… y así hasta la intemerata.
En las redes sociales de las empresas comprobamos que, ya se trate de una multinacional española de ropa o una pescadería, la mayoría de los que trabajan en los negocios escriben su cargo en inglés, aunque por el momento ni se expandan a la esquina de enfrente.
Como esos anuncios en los que un falso experto guiri recomienda un limpiador de lavavajillas, en el a veces fatuo mundo de los negocios el inglés es el vestuario perfecto para aparentar prestigio y respetabilidad. A fin de cuentas, ¿qué necesidad hay de confesar al mundo que trabajas de cajero si puedes ser un account manager y contarlo en Linkedin?
Y sin embargo en ese mundo de siglas, pizarras, futbolines, corbatas caras y jerga angloestamentaria un servidor echa de menos algo bastante paradójico: la simplicidad y concreción del español. Mientras en otras parcelas de la vida la lengua de Shakespeare parece mucho más precisa que la de Cervantes, por contra en los negocios el español dio en el clavo con una palabra genial que barría de un plumazo todos los estratos del mundillo empresarial. Estamos hablando, claro está, del encargao, con esa particularidad tan nuestra de pronunciarlo sin la d intervocálica.
Antiguamente, bastaba con entrar en cualquier negocio y preguntar eso de: «A ver, ¿quién es aquí el encargao?», para que al instante todo la escala jerárquica de la empresa se presentara en toda su transparencia.
Frente al barullo de siglas y escalas de los negocios de Estados Unidos, tan enrevesado y ostentóreo como la corte de los Austrias, con la figura del encargao se acababan las tonterías y cualquier cliente o representante de otra empresa podía hablar y hasta negociar cara a cara, sin necesidad de jugar un partidillo de fútbol 7 en la moqueta de la sala de juntas (boardroom o assembly hall).
En fin, el mundo era más sencillo y diáfano con el encargao… y que me perdonen de corazón todos los Chief Executive Officers.