En la Colonia de Santa Inés se recuerda al militar republicano que salvó la vida a unos 20 vecinos. La supervivencia del barrio obrero es un feliz milagro.
Hace ya 9 años que el PCE homenajeó en la plaza Manuel Bautista Ávila, en la Colonia de Santa Inés, al malagueño que dio nombre a la plaza. Su familia, vecina también de la Colonia, peleó durante años porque la plaza que se abre en la parte trasera del famoso arco de la fábrica de ladrillos llevara su nombre.
Durante la Guerra Civil Manuel Bautista Ávila, militar republicano y miembro del PCE, fue nombrado delegado de la Colonia de Santa Inés y del Puerto de la Torre y trató de frenar los fusilamientos sin juicio de los comités revolucionarios.
Estudiante de Magisterio al comenzar la insurrección militar, en su puesto de delegado logró salvar la vida a unos 20 vecinos y a uno de ellos nada menos que en cuatro ocasiones. Tuvo una vida muy corta ya que nació en 1913 y falleció en noviembre del 36, cuando peleaba como comandante con el batallón México en la zona del pantano del Chorro. Manuel fue un malagueño ejemplar que quiso aplicar la cordura y la legalidad entre los defensores de la República.
Lástima que la plaza en su memoria no esté a la altura de este gran malagueño. Para empezar, resulta desconcertante que la artística portada de la fábrica de ladrillos, realizada en 1928, esté atravesada por un cable flojo que hace las veces de guirnalda. Los jerifaltes de la compañía que fuera que autorizaron la ejecución de la perfidia demostraron la misma sensibilidad histórico-artística que el caballo de Atila. Tome nota el Ayuntamiento por si la chapuza fuera remediable, pues toda la colonia tiene protección arquitectónica como conjunto.
Por lo demás, la plaza tiene una colección de bancos sin respaldo, un par de ellos pintarrajeados y unas pocas jacarandas en ciernes. Uno de estos bancos, por cierto, luce un lamentable miembro viril –el autor tiene menos futuro que Hitler de acuarelista–.
Contrasta el aprobado raspado de la plaza con el buen estado de la única chimenea superviviente de las dos que había en la fábrica, a la vuelta de la esquina, en la calle que recuerda a la profesora y poetisa Juana Castro.
El bloque vecino forma un semicírculo para proporcionar más espacio a la chimenea, perfectamente integrada y en muy buen estado, pues sólo se aprecian algunas pintadas sin importancia, no en el ladrillo visto sino en un par de cinchas que abrazan la estructura.
En la antigua colonia obrera todavía pueden verse en buen estado la biblioteca, la antigua capilla –acompañada por una cruz de hierro forjada en mitad de la calle Manuel Ribadeneyra– y a pocos metros, el depósito de agua que recuerda a una torre almenada.
Es un milagro que una ciudad que ha pasado por presiones urbanísticas tan desalmadas conserve este precioso barrio obrero, la portada de su fábrica y una de sus chimenea. Quedan, como hemos visto, detalles por mejorar.