En el último año el Parque de San Miguel ha mejorado bastante, con la recuperación del viejo kiosco y pequeñas actuaciones que eran muy necesarias.
Los pináculos del Cementerio de San Miguel son los últimos repuntes de gloria mundana antes de la productiva cría de malvas, actividad de la que, hasta la fecha, nadie se ha librado.
En el Barroco esta dosis de realismo, la perspectiva de que por mucho que acapararas en vida, ya fuera aquí o en Panamá, tarde o temprano estirarías la pata, se plasmaba en cuadros oscuros y truculentos, capaces de jorobar a Eduardo Punset una charla sobre el aura positiva.
En el XIX fueron más prácticos, se dejaron de alegorías y cuadros cenizos y la burguesía malaguita fue edificando una pequeña ciudad en San Miguel, organizada en estratos sociales, con panteones de un tamaño acorde con el prestigio social y la billetera de los finados.
Parte de los terrenos de San Miguel, una suave ladera que desciende hasta las inmediaciones de la barriada de Las Flores, se ha convertido en un parque muy frecuentado por paseantes y dueños de perros. Aquí los animalitos suelen correr a sus anchas, pues al no saber juntar letras ignoran que les puede caer una multa por corretear sueltos. Caso aparte son los propietarios de las mascotas, claro, que siguen tan pertinaces como la sequía y obvian los carteles municipales.
Pero lo importante es que el parque ha mejorado bastante en el último año. Una de las mejoras ha sido el kiosco bar, recuperado en mayo de 2015 después de años y años sin actividad. Esta construcción de piedra, levantada en mitad de la explanada central del parque a modo de un desabrido Fort Apache, había sido pasto de los grafiteros. Y del uso dado a los baños laterales mejor no hablar mucho, baste decir que, pese a que permanecían cerrados, los usuarios más cabestros seguían haciendo pipí y popó en sus inmediaciones.
La apertura del kiosco, de nombre Monty´s Park, limpio y remozado, ha llenado de vida el Parque de San Miguel y lo ha hecho un poco más habitable.
Ha habido otras mejoras muy logradas como el nuevo uso dado a la fuente de lo alto de la colina. Nuestros queridos homínidos se habían dedicado al sano deporte de arrancar las losetas y lanzarlas y no se descarta que las partieran con la frente.
Como la sequía había dejado la fuente a merced de estos garrulos, el interior se rellenó de tierra y hoy es un denso cañaveral.
Otra mejora ha sido la tala de un árbol que ponía en peligro la supervivencia de una de las antiguas puertas del Cementerio de San Miguel, que luce una bonita verja de hierro forjado con la fecha 1895. Como de la puerta sólo se conserva eso, la puerta, que luce solitaria en las cercanías de los límites actuales del camposanto, parecía una cuestión muy clara: o se talaba el árbol, a pocos centímetros, o la vieja entrada se desmoronaría con el tiempo.
En resumen, un Parque de San Miguel más bonito y más habitable, que está a la espera de la inminente explosión floral de la primavera. Un pero: los grafitis que afean todavía el muro exterior de esta estratificada ciudad de la Málaga del XIX.
Está muy bien que se recupere un cementerio que tiene tanta historia.