Una lección para los de la fortuna en Panamá

14 Abr

El empresario de Ibiza que va a regalar una casa a la familia del Perchel retrata, además de a las administraciones, a los inmorales con su dinero en escondites en el extranjero.

No es, ni mucho menos, como estar en una mina o en una base militar en el Asia Central, claro que no, pero el oficio de periodista supone trabajar muchas horas al día, comer demasiados bocadillos y llegar con lo justito a fin de mes. En la situación en la que está el país, incluso puede decirse que somos unos privilegiados pero en cualquier caso, todos los sinsabores del ejercicio de la profesión desaparecen ante noticias como la de la modesta familia del Perchel, dos padres en paro y Alejandro, un hijo paralítico cerebral, que recibirá una casa de un empresario anónimo de Ibiza.

Nuestro papel, a la hora de dar noticias, es el de meros transmisores, en este caso de una denuncia social: la familia llevaba 13 años bregando con la Junta y el Ayuntamiento para que le trasladara de la vivienda social que ocupa (de la Junta pero gestionada por el Ayuntamiento hasta hace bien poco) a una planta baja, porque vivían en una primera planta sin ascensor y de dos alturas, así que había muchos días en los que Alejandro no podía ni salir de casa, bien porque los padres tuvieran serias molestias físicas o porque, recuperándose de una operación de cadera o pierna, el niño no pudiera ni salir a la calle a tomar el aire por el riesgo de bajarlo en un carro por los malditos escalones.

Resulta descorazonador la pachorra con la que estas dos administraciones se han tomado el asunto: en 13 años sólo le han propuesto dos viviendas totalmente descartables, una por su lejanía –y la familia no tiene ni para pagarse el autobús para llevar al niño a la rehabilitación al Hospital Civil– y la otra por el poco recomendable ambiente: enganches ilegales, papelinas en el patio comunitario y cerraduras arrancadas, ¿quién se va a vivir allí con un hijo?

Los responsables del ramo de la Junta de Andalucía, quizá inmersos en la vorágine de la Feria de Abril estos días, a lo mejor no se han enterado aún de que ha tenido que aparecer un empresario de Ibiza para abochornarlos por su pésima gestión, y lo mismo hay que decir en este asunto del Ayuntamiento de Málaga, que no ha estado a la altura.

En la gestión de las viviendas sociales habría que frenar de una vez la ocupación ilegal coordinada que hace posible que parientes y conocidos ocupen los pisos a los que no tienen derecho y que impide que familias como la de Alejandro tengan una vida digna.

El gesto de este empresario, además de cuestionar la respuesta de las administraciones a algo que tampoco era una petición exorbitada ni de imposible realización, retrata a esa colección de personajes (exministros, artistas, familiares reales, escritores, deportistas, presentadores, niños de mamá, molt honorables…) que dedican parte de sus energías al trapicheo financiero, en busca de tugurios andorranos, suizos o panameños de intachable reputación.

Frente a este comportamiento lamentable está el corazón inmenso de este donante anónimo que, a miles de kilómetros del Perchel, un barrio que nunca ha pisado, ofrece parte de su dinero para cambiar la vida de una familia desconocida. Qué gran lección.

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