La zona que linda con la parte delantera del Colegio del Mapa, junto al río, es un trozo de Málaga sin orden ni concierto pero con densos matojos.
El sábado pasado salió publicada en La Opinión la reseña de un nuevo libro de Jesús Carrasco, ese escritor extremeño que se ha puesto de moda y que para algunos es un cruce entre Miguel Delibes y Cormac McCarthy, que ya es cruzar.
Para quienes les atraigan las imágenes, en la portada de su primera novela, titulada Intemperie, aparece la cabeza de una oveja, mientras que en la segunda, La tierra que pisamos, pueden verse unas botas viejas por las que trepan unas enredaderas.
Como ven, imágenes muy del terruño, del campo, una literatura con aroma a romero y tomillo. Por eso, estamos seguros de que el escritor de Badajoz sacaría material para una nueva entrega si estos días se diese una vuelta por una tierra de nadie en las inmediaciones del río Guadalmedina.
Lo de tierra de nadie lo decimos por el estado de abandono total en el que se encuentra ya que, con toda seguridad, dependerá de alguna administración pero esta situación de dependencia no se nota demasiado. Es más, bien podría pertenecer a la Diputación de Huesca o a un land alemán por la escasa atención que recibe.
Se trata de la pastilla de tierra que da a la verja frontal del Colegio del Mapa. Resulta curioso cómo a un lado de la verja nos encontramos con la Educación, simbolizada en ese mapa orográfico de la Península Ibérica y el antiguo Protectorado de Marruecos, realizado en 1927 por el comandante Joaquín Alfarache a base de cemento y pintura y al otro lado el paseante se ve inmerso en una simbólica selva de rastrojos con una lengua previa de tierra.
Este foco en el que conviven la suciedad y la Naturaleza es aprovechado sobre todo por los coches, que si no avanzan más por esta pastilla se debe a la altura olímpica que alcanzan los hierbajos. Imaginen qué novela postapocalíptica, y al mismo tiempo bucólica podría hacerse en este entorno, en el que además llama la atención, muy cerca de la rampa que baja al Guadalmedina, un pequeño cerro petrificado de cemento muy próximo al colegio, depositado por algún inconsciente tiempo ha.
Para completar el efecto de paraje salvaje, olvidado por las administraciones desde la extinción de los dinosaurios, no podemos olvidar las cinco isletas ajardinadas de tráfico que hay a pocos metros, en la confluencia de la avenida del Doctor Gálvez Ginachero con la avenida de Fátima.
Los desvíos de tráfico por las obras del metro han convertido la zona en una colección de compartimentos estancos y los parterres, aislados por grandes topes de plástico blancos y rojos, están cada vez más descuidados, según denunciaron los vecinos en este diario a comienzos de marzo.
Como se ve, un entorno del que sólo puede salir una novela apocalíptica pero ambientada en el campo. Una pena que en Málaga existan zonas que aunque no estén fuera de ordenación sí que se exhiben desordenadas y olvidadas.