La nueva plaza de Camas aumenta la superficie verde y está a la espera de pérgolas que hagan olvidar el cutrerío anterior de los macetones.
Todavía no se ha estudiado la relación directa entre una fotografía de Málaga y la depresión, y eso que, hasta hace unos meses, la visión de cualquier instantánea tomada en la plaza de Enrique García-Herrera era motivo suficiente para caer en una tristeza profunda, de fado portugués.
El que fuera un querido mecenas malagueño y fundador del Museo de Artes Populares, Enrique García-Herrera, da nombre a esta plaza, aunque muchos malagueño también la conocen como la plaza de Camas, en recuerdo de la famosa calle.
Lo de la tristeza profunda se debía, como muchos habrán adivinado, al aspecto que lucía la plaza después de una desgraciada reforma urbanística. Esos macetones con aires de la avenida de Andalucía presididos por tristes palos con hojas sólo evocaban los versos de Manuel Machado: «El ciego sol, la sed y la fatiga./ Por la terrible estepa castellana,/ el destierro, con doce de los suyos/ –polvo, sudor y hierro–, el Cid cabalga/».
Con la excepción de algunas ciudades norcoreanas, pocas veces se vio una plaza más inhóspita y como es lógico los vecinos, que ya se veían cabalgando con el Cid, terminaron montando en cólera.
Un gesto que honró al concejal de Urbanismo Francisco Pomares fue la petición de disculpas por la metedura de pata municipal. La rectificación de la plaza que salió rana y que está culminando estos días costará unos 300.000 euros, cantidad suficiente como para que la Gerencia de Urbanismo se lo piense dos veces cada vez que diseñe un espacio público.
La segunda versión de la plaza afronta con más verde las limitaciones de un espacio que tiene debajo un aparcamiento público. Queda claro que no se pueden plantar árboles de gran porte si en vez de nutrientes se van sa alimentar de lo que suelten los tubos de escape; por eso, se han instalado rampas de hierba con algunos arbustos, coronadas por árboles del coral, que quizás puedan agarrar en tan poco espacio.
Una solución mucho más acertada que la de los macetones gigantes que hacían crecer, en lugar de plantas, la pena.
El problema que ya se presenta, tan arraigado en Málaga, es el de la falta de civismo. Borricos anónimos pasean a sus perros y da la impresión de que estos (los perros) han acogido tan bien las rampas que suelen hacer de cuerpo en lo más alto.
Si se dan una vuelta por esta plaza, versión 2.0, comprobarán que muchas de las cacas altivas quedan a la altura de los ojos de los peatones. El recoger los excrementos no entra en el horizonte vital de estos animales (los borricos).
Quedan por llegar las pérgolas, que posiblemente eviten, con el resto de las mejoras, que uno contemple la plaza en su conjunto y le dé por pensar en la extinción de los dinosaurios, en la caída del Imperio Romano o en Rodrigo Díaz de Vivar. Habremos perdido dinero público pero habremos ganado buenos pensamientos.