El callejón dedicado a Rodríguez Rubí, junto a la plaza de la Constitución es un continuo ir y venir de meones, pese a que cuenta con una verja para frenarlos.
Más de una vez en esta sección hemos hecho historia ficción al otear el futuro para imaginar qué harán los arqueólogos de siglos lejanos, cuando se dispongan a excavar los restos de la Málaga del siglo XXI.
Permitan que hoy continúen las elucubraciones porque una de las mayores sorpresas para estos expertos, aunque nada glamurosa, será el hallazgo, en un callejón de la plaza de la Constitución, de miles de capas de orina acumuladas, por lo que apuntan los análisis, en su mayoría en el arranque del siglo XXI.
Será tanto el material acumulado que los arqueólogos no podrán descartar la teoría de que, en ese remoto siglo, se llegó a realizar algún tipo de rito iniciático. Y por el simbolismo del lugar, la plaza por excelencia de Málaga, ¿no estaría relacionado con el nombramiento de cargos públicos?, ¿no sería la forma primitiva que tenían los concejales de jurar el cargo en esos tiempos de oscuridad y smartphones? Mejor no seguir por ahí y que los arqueólogos del siglo XXXIII se las compongan como puedan.
El problema, en todo caso, lo tenemos en 2016 a tres metros de la plaza principal de la ciudad. Hablamos de la calle sin salida dedicada al olvidado literato malagueño y ministro de Ultramar Tomás Rodríguez y Díaz Rubí, aunque la calle sólo recoge los apellidos Rodríguez Rubí.
Pese a sus escasos metros, pues es un callejón sin salida, tiene a su derecha un edificio, posiblemente de los años 40 y a la izquierda la Sociedad Económica de Amigos del País. Y al fondo, el Colegio de Prácticas Número 1, parte del antiguo colegio de San Sebastián de los jesuitas.
Como recordaba ayer un conocido comerciante, el plan de recovecos del Ayuntamiento hizo posible que se colocara una artística verja que cerrara el callejón, en el que no era raro el fin de semana en el que aparecían papelinas y, por descontado, se empleaba de urinario público, como recordaba la anterior directora del colegio.
Colocada la verja, el problema continúa porque si hay algo que no ha cambiado a través de los siglos y pese a los avances tecnológicos es la incontinencia urinaria.
La Semana Santa, por descontado, ha supuesto para el callejón alcanzar el registro más alto del año en lo que a meados se refiere. La verja sólo impide que los sujetos que cambian el agua al canario lo hagan al fondo de la calle pero no el hecho de que meen.
¿Cuál puede ser la solución?, ¿focos que disuadan al meón?, ¿una pantalla de plasma que retransmita en directo la hazaña y frene a los más pudorosos?, ¿urinarios públicos fijos y no sólo para las grandes ocasiones?, ¿clases de Urbanidad impartidas por el profesor Higgings?
Además de un reto arqueológico para el futuro el problema está muy presente: la gente se orina con alegría en un recoveco de la plaza de la Constitución. A los políticos les toca solucionar el problema para que con esto de las micciones no llueva sobre mojado.
Igual se podría solucionar, instalando urinarios públicos,
¿ pregunto ?
¡