Mil y una luces frente a las gradas del bebercio

29 Mar

El Parque de Andrés Jiménez presenta una esperanzadora mejora con las nuevas plantaciones, pero su auditorio sigue entregado al alcohol.

La pasada semana la asociación vecinos del Puerto de la Torre volvió a lamentar el aspecto semidesértico y la falta de atención en el Parque Andrés Jiménez Díaz, frente al recinto ferial, dedicado a un conocido investigador de los verdiales y de la historia del barrio.

Quizás lo más impactante de esta zona verde que lleva demasiados años en ciernes sea alcanzar la cima, reconvertida en una meseta en la que podría escenificarse un conocido cuadro de Dalí, El farmacéutico del Ampurdán que no busca absolutamente nada, pues en lo que se supone la zona más habitable de este parque –la parte llana– no hay nada que buscar. Eso sí, el peatón se topará con farolas que no encienden y con una caseta vallada rodeada de discretos escombros. Por eso, cada vez que los dirigentes vecinales suben al Parque Andrés Jiménez se les cae el alma a los pies.

El pasado martes, antes de la visita, el firmante recorrió el parque partiendo de un rincón muy latino del barrio, las calles Plauto y Terencio, que el callejero de Málaga ha querido que estén bien unidas.

Y aunque es cierto que el Parque Andrés Jiménez no es la prioridad número uno del Ayuntamiento, la principal novedad es que las estribaciones de este cerro han sido renovadas con plantaciones de algarrobos, encinas, alcornoques y acebuches que, confiemos, tengan mejor futuro que los árboles trasplantados en los últimos años y que terminaron como la mojama, hasta el punto de que los vecinos bautizaron la zona como «el parque de los árboles muertos». Pero no demos ideas a Tim Burton y esperemos que el parque crezca y mejore. Precisamente en la zona más próxima al Cañaveral hay ya un par de parques infantiles en sendas terrazas naturales con vistas espléndidas de la Sierra de Mijas.

Lástima que quienes los emplazaron allí no tuvieron en cuenta eso que le gusta tanto decir a los técnicos, «la orografía del terreno», porque en el cerro el agua de lluvia forma pequeñas torrenteras y al menos una de ellas ha dejado lleno de barro y piedras el parquecito infantil. Si van con niños que lleven casco.

Pero quizás lo más inquietante de este parque sea el auditorio. La semana pasada ya vimos en este periódico el uso, en absoluto musical, que recibe el auditorio entre Monte Dorado y Mangas Verdes. También el del Puerto de la Torre se emplea con el mismo fin: el bebercio. De hecho, si se acercan un día de sol verán cómo el suelo que rodea el graderío estalla en mil y una luces. Es un espectáculo poético, sí, pero si se acercan más comprobarán que lo que lo produce son trozos de botellas de whisky, ginebra y otras hierbas.

Y hablando de hierbas, están creciditas en las gradas. Por el tamaño nos hacemos una idea del tiempo que lleva la zona sin un repasito municipal. En resumen, el parque está mejorando muy poco a poco, pero a veces el empujón que recibe parece que sólo busca despeñarlo ladera abajo. Ánimo.

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