Al hilo del revuelo por el castillo restaurado en un pueblo de Cádiz, en Málaga tenemos un par de ejemplos inolvidables de «puesta en valor».
La semana pasada este diario publicaba una reseña del libro Abusos y errores en el habla y en la escritura, en el que el autor, José María Nieto López, repasaba los fallos pero también los lugares comunes en los que solemos caer periodistas y políticos, dos colectivos de gran trascendencia a la hora de defender pero también a la hora de cargarse el idioma.
De la expresión «poner en valor», santo y seña del político español, señala que «convendría desterrarla de nuestro lenguaje, ya que es una construcción fea y extraña al idioma castellano». Pero habría que decir más: en algunos campos de la vida administrativa, como la restauración arqueológica, cada vez que se ha utilizado ha supuesto la perdición del objeto restaurado, al tiempo que la «puesta en valor» ha sido objeto de las chanzas y críticas más incisivas.
Es muy probable que, en este universo digital en el que nos enteramos de cosas al momento y las olvidamos al instante (El Roto dixit), todavía recuerden la polémica restauración del castillo de Matrera en Villamartín, Cádiz. Para algunos, mayormente el autor de la «puesta en valor», se han seguido las pautas internacionales de restauración al levantar hasta la altura original los muros de la semiderruida fortaleza. Se aprecia así el contraste entre lo viejo y lo nuevo de una forma nada sutil. Por eso mismo la asociación Hispania Nostra de defensa del patrimonio cultural español la ha calificado de «vergüenza» y «desprestigio» para España.
Lástima que otras «puestas en valor» realizadas en Málaga se llevaran a cabo antes de que se pusieran de moda las redes sociales. No les quepa duda de que algunas de estas restauraciones habrían incendiado las redes (¿y qué día no se incendian?) Hablamos en especial de dos de ellas: el tramo de muralla nazarí de la calle Carretería y la restauración de la Torre del Atabal, en el Puerto de la Torre, de la que ayer la asociación de vecinos del barrio volvió a hablar en estas páginas, y no en términos elogiosos.
La transformación en 2004 del tramo de muralla nazarí en lo más parecido a un lateral de El Corte Inglés provocó las críticas de historiadores, arquitectos y arqueólogos, que le dedicaron expresiones tan tiernas como «demencial», «fuera de lugar», «barbaridad» o «totalmente equivocado». El Ayuntamiento se defendió, la verdad es que de forma bastante tibia, al responder que la restauración se había resuelto «con dignidad».
La «puesta en valor» de la Torre del Atabal siguió una senda parecida. La que antes era conocida en el barrio como la muela, por el contorno mellado en el que se apreciaba el paso del tiempo hoy recibe los motes de el depósito de agua y el flan, entre otros, porque se ha logrado que pierda toda su identidad hasta transformarlo en un objeto insustancial. Casi ha dejado de ser el símbolo del barrio. Como ven, dos trabajos de postín que habrían convertido las redes en material inflamable.
Como siempre, Alfonso, certero y sin que falte esa chispa de humor que suele caracterizar a quien, sobre ser abogado o periodista o viajero impenitente, es un firme y bien asentado escritor. ¿Cuántas veces habré de decir que la ciudad está en deuda contigo? Enhorabuena.