El Ayuntamiento ha eliminado una de las carreteras que cortaba el parque de la Virgen de las Cañas, con lo que une dos de las tres zonas verdes.
Pese a que terreno hay de sobra, no abundan los parques en el Puerto de la Torre, salvo amplias extensiones de zona verde dejadas bastante a su suerte, como mañana informará la asociación de vecinos en este periódico.
El parque más grande y con un mantenimiento bien visible, el de la Virgen de las Cañas, es un oasis en medio de un mar de adosados y casas matas.
Lo mejor para llegar a este rincón es bajar desde la calle principal, la dedicada al dramaturgo del Siglo de Oro Lope de Rueda por la suave cuesta de la avenida de Andersen, con un amplio y prolongado bulevar en el que crecen ficus de mediano tamaño y entre los huecos de estos árboles, bauhinias, algunas de ellas ya florecidas. Está por ver que todos estos árboles recién llegados encuentren en el futuro su hueco para tirar hacia arriba y no terminen alicaídos por la sombra de los grandes ficus. Suerte.
La avenida desemboca en el parque. Hasta hace poco contaba con tres grandes parcelas, atravesadas por la calle Victor Hugo y por el bulevar de Andersen. Ahora, el Ayuntamiento ha tenido el acierto de hacer peatonal el tramo de la calle Víctor Hugo e incorporarlo al parque, tramo que queda delimitado por sendas vallas de colores a uno y otro extremo de la zona verde.
En esta parcela fusionada destacan plataneras, ficus y brachichiton que dan una sombra muy densa, casi de selva y lo raro es que en el paseo mañanero de ayer del autor de estas líneas no se topara con las cotorras argentinas que darían un toque mucho más tropical.
Cuenta también esta parcela con las piedras de un molino de aceite, pero como la gran mayoría de objetos del patrimonio industrial, el Consistorio no se ha tomado la molestia de identificar con una plaquita el artefacto. ¿Para qué se va a molestar? Sorprende en este terreno la insensibilidad municipal, ya legendaria, que ha llenado Málaga de objetos industriales en sus calles, parques y plazas, cargados de pasado pero tan ignotos como un trozo de meteorito. «Son cosas sin valor, de obreros», pensarán las mentes más obtusas de la Casa Consistorial.
Pero lo más preciado de esta parte del parque es la loma con chorraera, que si bien no alcanza las proporciones de la del Parque Litoral, cuenta con una pendiente aceptable y al pie con una especie de pequeño templete (valga la redundancia) para dos o tres usuarios sólo.
La última parte del parque, para la que deberemos atravesar de nuevo la avenida dedicada al danés del Patito Feo, es la razón de ser del parque, pues en ella encontramos una moderna ermita con la imagen de la Virgen de las Cañas, y para que nadie olvide el origen de la devoción, dos grandes macetones con cañas escoltan la construcción que conserva la imagen, realizada hace casi 20 años, después de que la original –cuenta un libro de Manuel Garrido– fuera enviada a Chile en 1925 por los propietarios de esta antigua finca.