Las evidencias de un desnortamiento colectivo

18 Mar

Entre las calles Jacob y Fausto un cubículo blanco atesora pintadas psicodélicas que evidencian que estamos ante una Cueva de Altamira del porrito.

Los amantes de las conjeturas defienden que la canción de los Beatles Lucy in the sky with diamonds contiene una nada velada referencia al LSD, la sustancia alucinógena entonces de moda, aunque los de Liverpool siempre replicaron que fue pura coincidencia que las iniciales del título formaran esas letras.

En un altivo paraje de Campanillas, con impresionantes vistas sobre la barriada y la vega, nos topamos con un rincón de esos que parecen haber sido forjados a base de porrito y litrona, pues las pintadas dejadas por sus moradores nos transportan a un mundo psicotrópico o cuando menos desnortado y beodo.

En todo caso, contiene una rica información para los arqueólogos del futuro, si esta joya campanillera resiste los embates del tiempo, porque cualquier día a alguien le da por encalar el yacimiento arqueológico y nos quedamos sin datos sobre los ritos tribales de los adolescentes del siglo XXI.

El enclave se encuentra muy cerca de la parroquia del Carmen, en una empinada escalera que desciende para comunicar la calle Jacob con la calle Smetana y la calle Fausto, junto al arroyo de la Rebanadilla.

Nada más descender por esta escalera nos encontramos con un cubículo blanco de pequeño tamaño que pudo ser algún tipo de depósito o quizás la bomba de una acequia muy próxima, de la que hablaremos el próximo día.

El asunto es que esta pequeña construcción en desuso –en su interior tomada por la basura– está cubierta de pintadas y caricaturas que parecen sacadas de la portada de un disco de rock sinfónico o psicodélico.

Hay, por supuesto, dibujos de plantas de marihuana, rostros furibundos, una mano con dedos y un pene injertado, cangrejos, ojos, setas… en resumen, una Cueva de Altamira -a cielo abierto- del porrito, la cerveza en grupo y el pastilleo («Ingiere estas pastillas y olvídate de todo», aconseja una de las pintadas). Otras, hacen referencia a los vientos que de vez en cuando soplan por estas alturas («Siente el relente») o repite lemas australopitecos de difícil digestión («Diplomacia con calibre del 12»).

Hay dos, sin embargo, que mejor que ninguna otra nos dan el tono de este reducto de perturbación colectiva: por un lado «Ni como ni duermo» y por otro el más enigmático y al mismo tiempo revelador de todos: «Guijuelo, Payoyo, Rioja, Amnesia», ya que muestra a la perfección el gazpacho mental que se experimenta… a esas alturas.

Por eso, ante el riesgo de que algún vecino encale el cubículo y acabe con esta expresión artística, si pensamos en las generaciones futuras habría que preservar este lugar, que cuenta además con una silla para disfrutar mejor del panorama psicotrópico.

Recuerden esos tipos que a finales del XIX y comienzos del XX dejaban sus firmas en la cueva de Menga. Las gamberradas de ayer son hoy testimonios históricos y los de este rincón de Campanillas son huellas muy claras del desnortamiento de un grupo de jóvenes en la inmensidad de la vida. Suerte.

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