El Callejón de la Ollería resume en escasos metros la desnortada marcha de la ciudad en el último siglo con todos sus fallos y aciertos.
Hace ya algunos años esta sección se topó con una Málaga en miniatura, y no hablamos de la que puso de moda Eloy Óptico en el paso de los años 80 a los 90. Se trata de una calle que condensa los aciertos y errores de la ciudad en unos pocos metros. Una calle sin salida que nos retrata, aunque en estos días lo que más nos retrate sea una mole de bolsas de basura que pronto alcanzará las proporciones del monstruo japonés Godzilla.
La calle en cuestión es el Callejón de la Ollería, junto al dispensario de la calle Huerto de los Claveles, el que mira al puente de Armiñán o como se dice en Málaga, «frente por frente» al puente.
Para empezar es uno de los pocos callejones que, tal cual, aparecen en el callejero, aunque también contamos con otros como los famosos Callejones del Perchel, donde prosigue la operación de derribo de todo vestigio del viejo barrio y el Callejón del Callao por Mundo Nuevo, donde dormita un bloque de viviendas desalojado por la aparición de grietas hace 16 años.
En el Callejón de la Ollería –cercano por cierto a la calle Ollerías, la zona en la que en el periodo musulmán y en el Siglo de Oro se fabricaban ollas y todo tipo de útiles de barro para la cocina– nos topamos con este antiguo dispensario de estilo regionalista atribuido a Guerrero Strachan.
A su lado hay un edificio bastante anodino, nada memorable, que supera con creces la altura del dispensario y le siguen un bloque de todavía más altura, asomado a la calle Huerto de los Claveles y el Guadalmedina. Cierra la calle un solar abandonado, con follaje exótico y restos de viejas paredes de modestas dependencias que, hace tiempo, mordieron el polvo.
En la otra acera, por cierto, monta guardia un edificio de siete plantas que da la impresión de haber caído en este punto de la ciudad sin tener en cuenta el entorno: la vecindad del dispensario regionalista y de la gran maravilla regionalista de Málaga, el mercado de Salamanca, a pocos metros de este bloque, que además de al callejón da a la calle Cruz del Molinillo. En todo caso, un ejército de bloques de similares hechuras separa las dos maravillas arquitectónicas.
Y así, el Callejón de la Ollería contiene una obra notable de Guerrero Strachan, bloques de alturas diversas con sus respectivas medianeras, un solar abandonado y un bloque cuya altura no pega ni con cola: La (alocada) evolución de la ciudad resumida en un callejón en cuyo cielo se aprecia, cómo no, un mar de cables. El detalle malaguita que faltaba.
Llamen a Chicote
Resultó difícil de olvidar el pasado martes a dos sujetos que, a la hora de soltar el lastre de su bar o restaurante en el entorno de la plaza de Uncibay, además de depositar las bolsas de rigor no tuvieron ningún reparo ético ni higiénico en largar comida suelta tras agitar el cubo de la basura.
Si se comportan igual dentro de su negocio que fuera urge llamar a Chicote.