Las calles Don Juan de Málaga y Charlie Rivel, viejos tugurios portuarios, han mejorado su aspecto en el entorno de la Catedral y el futuro Museo de la Aduana.
Ayer hablábamos del desangelado entorno de la confluencia de la calle Cañón con el Postigo de los Abades, una extensión marmórea tan tentadora, que vecinos y partidos rogaron al Ayuntamiento que no la convirtiera, como casi todos los espacios públicos del Centro, en terreno acotado para terrazas de bares y restaurantes.
Ya funcionó el frente vecinal en la plaza de la Merced, que si hoy no es un calco de la plaza de Uncibay o de la del Obispo, espacios llenos de terrazas sobre todo el primero, se debe a la rapidez con la que se unieron los vecinos para dejar sin gin tonics y tapas de autor este espacio del XIX que podría calificarse de emblemático si no fuera porque los políticos han terminado por gastar el adjetivo. Dejémoslo en una plaza inolvidable que merece disfrutarse en su integridad, sin gymkhana de mesas y sillas, como patrimonio de todos.
Algo quizás poco conocido es que la reforma del entorno de la Catedral también incluye las antiguas callejuelas en su día asomadas al viejo muelle de la ciudad. Se trata de la dedicada a Don Juan de Málaga, donde se encontraban los talleres de Pedro de Mena, y la que recuerda al payaso Charlie Rivel.
La reforma persigue adecentar una zona ciertamente umbría y cochambrosa que ha atravesado por diferentes fases de decrepitud, precisamente porque la trama urbana continúa con el aspecto de callejuelas portuarias, pese a que las reformas del XIX mandaron el puerto mucho más al sur y con ellas las aguas.
La combinación de calle estrecha y juerga nocturna ha sido letal para estas vías. En una visita de esta sección a las dos calles en febrero de 2009 hablábamos de nubes de moscas, pintadas, huellas de cogorzas varias y tropezones de asfalto que no auguraban nada bueno para el paseante.
El resultado es tan esperanzador como el que en su día lució la calle Beatas y sólo queda esperar a la iniciativa privada, por ejemplo para que rehabilite la preciosa casa del XIX con chaflán entre la Cortina del Muelle y la calle Charlie Rivel,y en ésta por cierto asoma un casa con aspecto de haber sido bombardeada pero que parece en proceso de resurrección.
Si el paseante logra colarse en la estrechísimo pasillo de la calle Don Juan de Málaga, el que casi roza el lateral del palacio de Villalcázar, desembocará en una especie de plazuela, en realidad la misma calle, presidida por un precioso edificio con puertas, ventanas y balcones tapiados con algunos elementos regionalistas y que carece de protección arquitectónica. Es un edificio que parece visto para sentencia y que no merece morder el polvo.
En todo caso, la remodelación de estas dos viajes calles portuarias y la próxima apertura del Museo de la Aduana es muy probable que insufle nueva vida a este rincón, uno de los más céntricos y al mismo tiempo más olvidados de Málaga. Y quedará pendiente, claro está, la recuperación de las pinturas murales del palacio de Villalcázar, hoy sólo a la vista en el callejón que lleva a la calle Don Juan de Málaga.