Atila regresa y reduce al mínimo una zona verde

12 Feb

El Ayuntamiento aplica el criterio del líder de los hunos al jardincito de la calle Huerto de Monjas y lo convierte en un mar de adoquines con naranjos.

Hablábamos hace unos días del primer jardín botánico de la ciudad, en los terrenos de San Felipe Neri. Los planos de finales del XVIII y comienzos del XIX recogen esta isla de verdor, antes jardín conventual, que llamó la atención de los visitantes extranjeros.

Por contar con una trama urbana tan puñetera, forjada por la Historia, los malagueños disfrutaron durante siglos de un laberinto de callejuelas que nada tenía que envidiar al casco antiguo de Fez. Algunos de estos visitantes extranjeros dejaron constancia de los problemas higiénico-sanitarios de la ciudad, pese a estar asomada al mar, de ahí que desde finales del XVIII pero sobre todo en el XIX la obsesión de las autoridades fuera dotar a la ciudad de paseos, avenidas y zonas verdes donde los malagueños pudieran oxigenarse y estirar las piernas.

En el Centro Histórico, antes de la llegada del Parque, los jardincitos se reducían al jardín botánico de San Felipe Neri, a algún jardín de aclimatación como el de la calle de la Victoria –a la altura de la capilla de la calle Agua– y por supuesto a lo que pudieran contener los patios interiores de las grandes casas y los terrenos conventuales con sus huertas, aparte de los arbolitos de la plaza de la Merced y la Alameda.

Con esta escasez histórica de zonas verdes en el Centro, algo que ha continuado hasta nuestros días, no se entiende lo que la Gerencia de Urbanismo acaba de hacerle a un céntrico y modesto jardín. Su nombre evoca además una de esas extintas huertas conventuales, ya que se encuentra en mitad de la calle Huerto de Monjas, en recuerdo de la huerta de la que disfrutaban las monjas mercedarias y en el que cultivaban plátanos, naranjos, limoneros, plantas medicinales y hasta chirimoyos.

Pues bien, olvídense de los chirimoyos pero también del discreto jardincito de la calle Huerto de Monjas porque la Gerencia de Urbanismo, en su afán por bajar el ratio de zonas verdes por habitante y cubrir toda Málaga de adoquines y mármol de Sierra Elvira, sólo ha dejado los alcorques de una veintena de naranjos como único rastro de verdor.

Lo irónico sería que todo este adoquinado tan desalentador siga computando como zona verde, cuando nuestros urbanitas se lo han cepillado sin contemplaciones.

Recuerden la explanada sin fin que acaban de regalar a la ciudad a la entrada de la calle Cañón y el desértico primer acabado de la plaza de Camas y entenderán la imperiosa necesidad de que estos paisajes marmóreos cuenten previamente con el asesoramiento (y el veto) de jardineros y paisajistas.

Si algún día los vecinos deciden que los terrenos de Repsol sean un gran bosque urbano, un servidor se curaría en salud con un cartel que rezara: «Bosque abierto a todos, se ruega a las personas relacionadas con la Gerencia de Urbanismo que entren acompañadas por adultos». No vaya a ser que terminen por adoquinarnos la parcela. Como harían Atila y su caballo.

El jardín extinto en octubre del año pasado, en Google.

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