Al final de la calle Amargura, en el sendero que continúa hay varios tocones de árboles reconvertidos en esculturas dignas de Brueghel el viejo.
GALERÍA: FOTOS DE LAS ESCULTURAS
En octubre del año pasado esta sección se daba una vuelta por el entorno de la calle Hurtado de Mendoza, un conjunto de casas de notable valor arquitectónico que las pasó canutas durante los años gilescos del ladrillo. Pese a las bajas, aguantó el tipo y cuenta además con la vecindad del Monte de San Cristóbal, de la Victoria o de las Tres Letras, que de estas tres manera se conoce.
Nada más dejar la calle Conde de Ureña, un sendero de tierra escoltado por pinos en la falda del monte conduce hasta el Seminario y el Camino de los Almendrales.
Estos dos caminos son frecuentados por ciclistas, paseantes solitarios, parejas y paseantes con perros para disfrutar de esa frase que algún político español empleó alguna vez y ya pasa de generación en generación entre ellos: «De un pulmón verde».
Pero todo pulmón tiene sus bronquios, aunque sean verdes, y si vamos por la zona de la calle Amargura encontraremos seis o siete preciosos tocones tallados. Árboles talados que se han transformado en esculturas gracias a la pericia del malagueño Manuel Ledesma, como explicaba hace un año al diario Sur.
Cada escultura simula una construcción inmensa que a unos les puede recordar a un castillo, a otros una ciudad arborícola como la de Barin, el príncipe de Arboria y compañero de Flash Gordon e incluso a brumosas ciudades de El Señor de los Anillos o de La Guerra de las Galaxias.
A un servidor lo que le recuerdan estas impactantes obras es a la torre de Babel pintada por Pieter Brueghel el Viejo y que se encuentra en el Museo de Historia del Arte de Viena (hay otra pequeñita que pintó su hijo, Pieter Brueghel el Joven y que está en Museo del Prado). Pero luego, resulta que para la tercera parte de la adaptación cinematográfica de El Señor de los Anillos se inspiraron en esta obra de Brueghel el Viejo para recrear la ciudad de Minas Tirith, así que todo cuadra a la hora de sacar parecidos.
La conjunción del Monte Calvario y el Monte de las Tres Letras, como pasa con el vecino Monte de Gibralfaro, es una zona que podía estar en mejores condiciones. Descuidada, sucia, con árboles caídos, rastros del sempiterno botellón y una casa en ruinas a mitad del sendero de Hurtado de Mendoza… en resumen, un pulmón verde que no deja de toser, quizás porque hace mil años que por ahí no pasea un político –o esa es la impresión– . De hacerlo seguro que descubriría la importancia de la zona.
Si las ardillas pudieran hablar….pero no pueden presentar su queja en el registro municipal. Al menos tenemos estos preciosos tocones convertidos en esculturas para reivindicar, con sus artísticos mundos de madera, las posibilidades y las necesidades del pulmón.
Sugiero que se le diga al artista que se pase por La Concepción. Allí hay ahora unos cuantos tocones para esculpir, con permiso, claro.
Llevamos mucho retraso en considerar las zonas verdes, desde el siglo XV Gibralfaro y el monte Victoria sin utilizarlo como parque.