El reportaje de la semana pasada sobre el exceso de visibilidad del recreo del Colegio Pablo Ruiz Picasso ha traído a la memoria a un antiguo vecino de la zona muchos recuerdos de su infancia.
Hoy, en unos tiempos de hiperprotección de los niños, esos recuerdos pueden sonar a propios de unos pioneros del Lejano Oeste, pero se trata de una infancia como la de miles de malagueños de los años 50, 60 y 70, en un rincón de la ciudad con calles con nombres de pintores (Blanco Coris, Pintor Navarro Martín, Pintor Pedro Sáenz…), próxima a la calle Arango y la ermita de Zamarrilla. La calle Arango se conocía antes como el Callejón de la Pellejera y fue un lugar de fusilamientos durante la Guerra Civil.
El nombre, apuntaba nuestro veterano e insigne compañero Guillermo Jiménez Smerdou en un artículo, es probable que hiciera referencia a los secaderos de tripas y pellejos para fabricar embutidos que había por el entorno y con el nombre de La Pellejera se quedó el inmenso campo por el que en esos años 70 avanzaba la Prolo, la Prolongación de la Alameda, con su riada de modernos bloques y todavía con la fábrica de La Aurora en pie.
Un muro dividía los últimos bloques de la civilización con el campo de la Pellejera, terreno prohibido por lo ignoto y también por lo pantanoso, pues allí había culebras de agua, patos y en suma una discreta fauna de humedales. Por si esto no fuera suficiente, de vez en cuando acampaba un grupo de gitanos. Tenía por tanto todos los elementos para fascinar a los niños del entorno, que por supuesto saltaban el muro a diario para inspeccionar este paraje tan atractivo en el que aguardaban tantas aventuras y en el que podían experimentar.
Y entre los experimentos, esa ocasión en la que un grupo de chaveas, para tener ventaja en una pelea con chaveas vecinos, metió en varias garrafas de ocho litros cal en polvo localizada en «la huerta de la Pellejera», como conocían los terrenos. Los niños saltaron sobre las garrafas, dispuestas como si fueran cañones y la nube blanca que siguió al explotío entró en los bloques y hubo que desalojar las casas, con la salida en tromba de muchas madres indignadas a la caza de sus retoños.
Y las lomas del terreno pronto despertaron la imaginación de los pequeños, que organizaban expediciones arqueológicas en las que extrajeron misteriosos huesos de animales. ¿Se podía pedir más?
Era una infancia en la frontera, de calles terrizas, peleas a pedradas entre bloques y un campo inmenso que hoy es toda la zona urbanizada entre Martínez Maldonado, la calle Hilera y la avenida de Andalucía.
Los Jardines de Picasso, los restos del fastuoso jardín de la fábrica de La Aurora, es lo único que queda de esa infancia desfogada y disfrutada en esa fuente continua de sorpresas que fue la huerta de la Pellejera. Muchas gracias Gregorio.
La araucaria de los Lapeira
La semana pasada apuntamos en esta sección la posibilidad de que la gigantesca araucaria que sobrevive junto al muro de las Hermanitas de los Pobres pudiera ser, junto al ficus de la Explanada de la Estación, uno de los supervivientes del decimonónico Jardín de Aclimatación de Abadía, pero la posibilidad queda descartada gracias a esta fotografía, que ha tenido la amabilidad de enviar Ignacio Lapeira, que informa de que la araucaria se plantó al terminar la obra de la fábrica de A. Lapeira, de la que fue autor Fernando Guerrero Strachan. El árbol se plantó al pie de lo que entonces era en la calle Góngora un camino privado de entrada a la conocida fábrica de envases metálicos. La araucaria por tanto no tiene todavía un siglo pues habría sido plantada hacia 1918. Descifrado el enigma gracias a este amable lector.
Creo que se debe proteger a los niños siempre, pero no hay que olvidar que son niños y tienen que vivir esa niñez porque luego pasa y ya no vuelve. Yo soy de la generación de los cincuenta y he vivido mi niñez plenamente y feliz, por supuesto que mis padre me cuidaron muy bien, pero yo disfruté de esa niñez de la que tengo recuerdos preciosos inolvidables y donde yo era la protagonista de mis juegos y no me hacía ninguna falta tanta maquinita solamente amigos y amigas.
También había por esa zona un lugar donde se hacían trabajos de caña y donde existía una explanada donde estaba depositadas la fibra que envuelve las cañas y era un campo de fútbol estupendo porque este material, ya compactado hacia que las caídas fueran sobre un suelo blando. No se necesitaba ningún tipo de protección.
No es exactamente como se ha expuesto. Las pellejeras comenzaban a partir del Arroyo del cuarto en dirección a la cruz de humilladero. Lo parte anterior al arroyo del cuarto se llamaba Peso de la Harina que era desde calle Marmoles hasta el Arroyo del Cuarto, existiendo al final a la derecha una fabrica que la llamabamos de la colonia, a la altura de las viviendas de cuevas, en lo que hoy es zona verde existente antes de la llegada al Puente de las Americas. Yo vivi de pequeño muy cerca, en calle honduras, continuación de calle Arango y junto a las viviendas de cuevas. Junto a la fabrica de la colonia existia un descampado que lo usabamos para jugar al futbol.