La despedida de don Pío el Aventurero

23 Dic

Un recuerdo al querido don Pío Caro Baroja, sobrino de Pío Baroja, que a final de noviembre salió para siempre de su finca de Churriana. Descanse en paz.

La última vez que un servidor disfrutó de la compañía de don Pío Caro Baroja, en el verano de 2014, la salud ya le flaqueaba pero el ánimo lo tenía por las nubes, de ahí que en la sesión de fotos con el fotógrafo bromeara interpretando al Rey Lear con estas palabras: «Soy viejo y estoy loco». La vejez, argumentaba, era una liberación, el momento de la vida en la que uno podía hacer lo que le viniera en gana, sin pensar en el qué dirán.

Pero uno sospecha con alegría que don Pío hizo siempre que pudo lo que le vino en gana, como cuando con 24 años decidió, asfixiado por el ambiente enrarecido de España, tomar las de Villadiego y marcharse siete años a México, donde además de descubrir el mundo del cine y convertirse en documentalista conoció a todo el exilio español.

De ese periodo conservaba en casa muchos libros de poesía dedicados por buena parte de la generación del 27 en el exilio mexicano. De esos años provienen diminutivos que empleaba y que tienen detrás horas de charlas y confidencias: Juanito Rejano, Manolito Altolaguirre…

Lo suyo fueron siempre el cine y los libros, que en su casa de Carambuco, en Churriana, brotaban de cualquier rincón. La finca fue adquirida por su hermano el etnólogo Julio Caro Baroja en el 56, por consejo del churrianero de adopción Gerald Brenan y en ella se conservan todavía muchos muebles de la casa que el gran Pío Baroja, su tío, tenía en Madrid.

Y tenía don Pío Caro Baroja el don de la conversación, eso que ya se ha perdido en los autobuses malaguitas silenciados por los móviles, por eso le gustaba tanto la compañía: ansiaba escuchar, aprender y compartir anécdotas. Y tuvo siempre cerca a Cristóbal de Churriana, el cronista por excelencia de este antiguo pueblo de Málaga, y a su mujer María José, que le acompañaron en muchas horas de asueto.

Cosmopolita, culto, divertido, inesperado, una vez acudió a comer a un restaurante chino y la camarera le reconoció y le saludó. «Es que es la que me roba las nueces», explicó a un amigo. Y así fue, don Pío pilló in fraganti un día a la joven recaudando las nueces de Carambuco. «Te puedes llevar todo menos el árbol», le comentó.

Heredero literario de la familia, mantuvo hasta el final la editorial familiar Caro Raggio, que fundó su padre en 1917 y que sigue difundiendo la obra de Pío Baroja, su hermano Ricardo y de Julio Caro Baroja. También don Pío Caro Baroja se animó a escribir sobre su familia como haría su hermano en la conocida biografía familiar Los Baroja. Los invitados a Carambuco raramente salían sin un rimero de libros, obsequio de este generoso madrileño, de la cosecha de 1928 que deja tras de sí en Málaga una catarata de buenos recuerdos y mucho afecto repartido.

Con una amplia sonrisa, rodeado de libros, mientras se burla de la vejez interpretando al desengañado Rey Lear. Así era don Pío Caro Baroja el Aventurero, con permiso de Zalacaín. Descanse en paz.

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