Una nueva tournée aérea para el diablo cojuelo

20 Nov

El espectáculo de la desnortada riada de coches a causa de las obras del metro de Málaga habría encandilado al personaje creado por Luis Vélez de Guevara.

Antes de que la Inquisición amedrentara al personal y convirtiera el siglo XVIII casi en un páramo –salvo honrosas excepciones– en España brillaron con luz propia los escritores humorísticos. A Cervantes, Quevedo, Mateo Alemán o el autor del Lazarillo hay que sumar el escritor andaluz (de Écija) Luis Vélez de Guevara.

La obra más famosa del sevillano bien puede entroncar con la Málaga de este otoño veraniego de 2015. Se trata, como muchos saben, de El diablo cojuelo o el viaje por los aires de este servidor demoníaco en la compañía de un estudiante zangolotino, que huye de la justicia por un asunto de faldas y es rescatado por el diablo, que lo lleva de paseo por las nubes varios siglos antes del nacimiento de Iberia.

La extraña pareja sobrevuela el Madrid de 1640, la excusa para poner a caldo y medio y ridiculizar a cientos de personajes, casi todos prototípicos, de la Villa y Corte de entonces.

Una de las primeras parejas ridiculizadas es un matrimonio obsesionado con el coche de la época (el de caballos), hasta el punto de que han invertido casi todos sus ahorros en él y «comen y cenan y duermen dentro dél, sin que hayan salido de su reclusión, ni aún para las necesidades corporales, en cuatro años ha que lo compraron». Un poema, vamos, por eso el autor destaca con pena que están «encochados», como quien habla de una terrible enfermedad.

Antes que Luis Vélez de Guevara, Quevedo dio sus tiritos a los obsesionados por los coches y recogió el mito del matrimonio atrapado por el coche. Y no fue el único de su tiempo.

Todo esto viene a cuento porque hace justo una semana la foto de portada de La Opinión fue una vista aérea que habría encandilado al diablo cojuelo y su pasajero en su recorrido por los aires. Tomada desde el edificio del Deutsche Bank, inmortalizaba la plaza del poeta Manuel Alcántara como un animado hormiguero cruzado por desvíos, líneas amarillas, topes de plástico y una riada de coches, desnortados por la novedad.

Con la cercanía de las obras del metro al Centro Histórico –la zona de Málaga por la que todos pasan– corren ya malos tiempos para los encochados malagueños, que por fuerza deben participar en esta gymkhana de tráfico hasta que las cosas se solucionen por el subsuelo.

Si don Luis Vélez de Guevara levantara la cabeza es posible que se quedara extasiado ante el espectáculo del enjambre de coches y pacientes conductores y volviera a hacer volar a su diablillo cojo, esta vez por los cielos azules de Málaga.

Arte ribereño

Los últimos grandes grafitis en los paredones del Guadalmedina, a la altura del puente de Tetuán y el del CAC han convertido la famosa cicatriz de Málaga en un atractivo espacio artístico. Por fortuna, a años luz del mote que los malagueños dieron al deprimente cauce en el XIX: «El caca seca». Puro glamour.

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