La cuesta del Seminario sigue exhibiendo una larga ristra de pintadas, algunas de ellas inspiradas, quizás sin saberlo, en las obsesiones del Barroco.
Si conocen Berlín sabrán que su famoso muro se ha reducido a un millón de pedazos (puede que más) y que tras más de un cuarto de siglo desde su caída todavía se venden a los turistas como si el evento hubiera ocurrido ayer. Si tanto le está durando el invento a los berlineses, como la dictadura china pretendiera hacer lo mismo con su muralla tendríamos souvenirs para toda la eternidad.
En Málaga, una ciudad que absorbe las iniciativas que le llegan de fuera con tanto ímpetu que apenas nos quedan iniciativas propias, no contamos sin embargo con un muro que se le parezca. El que existe, antes que dividir, soporta pero desde hace muchos años se ha convertido en una suerte de muro de Berlín, aunque sea por los cientos de metros de grafiti que exhibe. Se encuentra, por supuesto, en el Camino de los Almendrales, y es el muro que separa y aguanta los terrenos del Seminario.
Por desgracia, los rayos ultravioleta hace tiempo que empezaron a almorzarse los colores, así que muchas de estas creaciones aparecen difuminadas, como las ideas de un partido. Igual de difusos son los mensajes de algunos de los grafiteros, consignas que en estos tiempos le irían muy bien a Volkswagen como «mi puño es el motor»pues los técnicos alemanes de Das Auto le han dado un buen puñetazo a su prestigio y de paso al Medio Ambiente.
Lo que sí se repite varias veces es un motivo más antiguo que los gorros de papel: un cráneo, en esta ocasión con colmillos y con una cruz en la frente. Por muy transgresor que parezca son variantes de la pasión barroca por las caninas y en suma, por recordar al personal que algún día habrá que estar criando malvas. ¿Conocerían los grafiteros la cripta de los Condes de Buenavista en la Victoria?
Algo parecido hay que decir de una pirámide con un gran ojo. A algunos les sonará al dolar pero la cosa tiene más chicha. En suma, que pese a la transgresión este muro malaguita exhibe símbolos de clara base religiosa.
Lo llamativo es que nada más acabar este enorme lienzo, cuando el muro tuerce a la izquierda y se convierte en la calle Toquero la intensidad de los grafitis baja de golpe y también su calidad artística, que entra en la categoría de churro, es decir en la de las pintadas pandilleras.
Pero en este paseo artístico nos espera una sorpresa también a la vuelta de la esquina, porque nada tomar la calle dedicada al obispo Manuel González nos toparemos con un ingenio del que hace unos meses dio cuenta esta sección: una vivienda repleta de botellas de colores que cuelgan del techo, trepan por columnas, exhiben sus culos de botella formando vidrieras, dibujos de colores, formas caprichosas que parecen salidas de un sueño o una pesadilla, según entienda el visitante.
Si recuerdan, hace algunas elecciones alguien pidió una sucursal del Prado para Málaga. Aquí tenemos desde hace años una sucursal del Museo Dalí de Figueras y sin enterarnos.