
Hace ya una década que Málaga estrenó un puente del que no se puede decir que haya cambiado de forma radical la vida de la ciudad. Fue el 1 de abril de 2005. La entonces ministra de Fomento Magdalena Álvarez inauguró el puente sobre las vías del tren que desde ese día iba a comunicar, por fin, dos zonas separadas por la cicatriz férrea (y disculpen la cansina metáfora): las calles La Unión y Héroe de Sostoa, la deseada comunicación entre la Cruz del Humilladero y la Carretera de Cádiz. De paso, ya se podía bordear la estación sin tener que trasponer hasta el puente de Juan XXIII.
El puente, para coches y peatones, a 10 metros sobre las vías en su parte más elevada y con un ancho de 20 metros, parecía que iba a resultar tan imprescindible como el mencionado de Juan XXIII y como homenaje papal muy pronto varios colectivos pidieron que llevara el nombre de Juan Pablo II, fallecido justamente un día después de la inauguración de esta obra.
El caso es que hay poblaciones en lo más perdido del Asia Central, fuera de la Ruta de la Seda, que resultan más transitadas que el puente malagueño y si uno se aposta en diferentes momentos de la semana en el viaducto descubrirá lo que es estar solo en medio de una gran ciudad.
Lo curioso es que, todas las veces que al menos el firmante ha pasado de un barrio a otro, ha contado muchos más peatones que coches y así lleva siendo desde hace diez años.
El puente lo tenía todo para haberse convertido en otro puente de Juan XXIII, si acaso con algo menos de tráfico pero sin llegar a las desérticas estadísticas que le han acompañaron en estos dos lustros. ¿Estudiaron los políticos su utilidad real antes de gastarse el dinero?, ¿habría bastado con una pasarela peatonal visto el pobre trasiego de coches?
Salvando todas las distancias, en España se construyeron en esos años de gasto a espuertas aeropuertos y estaciones con el mismo éxito de público e incluso con un éxito menor. Quizás los malagueños debamos darnos con un canto en los dientes por este puente de tráfico discretito que en todo caso no tuvo un coste tan disparatado como otras obras de la misma época.
En último caso, si apenas pasan coches la ciudad puede organizar talleres de meditación en él y sacar un dinerito. No hay puente malo salvo – dicen en Venecia– alguno de Calatrava.
Pirámide informativa
Alguna vez comentamos en esta sección que la pirámide de la calle Alcazabilla era para muchos visitantes tan enigmática como la esfinge de Gizeh. El problema estribaba en que el mojón informativo estaba en una esquina, delante del Teatro Romano y mucha gente no caía en que ahí tenía que buscar la información.
El problema, afortunadamente, se ha solucionado con un pequeño texto pegado al cristal en español e inglés, que cuenta que se trata de piletas para fabricar gárum del siglo cuarto después de Cristo. Felicidades.
Cuando se construyó el puente no estábamos en esta crisis económica, y circulaban muchos más vehículos.
La crisis ha provocado que tengamos muchos menos vehículos en nuestras calles y carreteras. Yo pienso que la idea fue buena, pero los políticos no contaban con la crisis que, años después, ha arrasado con nuestra sociedad y país.
Ese puente era y es absolutamente necesario y útil porque evita dar un enorme rodeo.
¿Y si se pensó en su día en un puente bien visible para seres invisibles? Si así fue, quizá de acertó. Puente este, pues, como cierto aeropuerto de cuya ubicación prefiero no acordarme. Éste, por cierto, está fuera de la pequeña y muy gran patria andaluza.
Cruzar un vado significa solamente que hemos cruzado a la otra orilla, pero no que hayamos resuelto los problemas viarios. Los políticos son expertos en resolver problemas menores con esfuerzos enormes. Y claro, fracasan. En el lado norte, este viaducto nos lleva a un cuello de botella en La Unión, y al sur, a la fachada de un supermercado en Héroe de Sostoa. Es decir, a ninguna parte. Probablemente con un proyecto valiente, distinto uso podría haber tenido este viaducto, desembocado en Cruz de Humilladero, por sus varias vías centrífugas; y de paso mejorar el decrépito estado urbano de la zona de La Unión.
Por cierto, la construcción de este puente puente se llevo a acabo a costa del derribo de parte del patrimonio de la ciudad: la chimenea de la fábrica de óxido rojo.
Lo que es inadmisible es el mamotreto ferroviario de cables, postes y marquesinas. Se debió soterrar las vías y de ese modo este puente no sería necesario.