Tras la muerte de Javier Aguilar, el gran defensor del acueducto de San Telmo, o los políticos espabilan o esta obra del XVIII seguirá en la inmerecida inopia
Comentaba hace unos días una responsable municipal que cuando indicó a un taxista que le llevara al puente más conocido del Acueducto de San Telmo, el de los Once Ojos o de Quintana, el conductor tuvo que remover Roma con Santiago (y parte de Málaga) para dar con este monumento inmenso que lleva clavado en el sitio (al final de la actual calle Sancho de Miranda de Ciudad Jardín) unos dos siglos y cuarto. Vamos, que no es una promesa del jeque.
Luego está ese porcentaje bastante abundante de personas que piensa que el puente de los Once Ojos es el acueducto de San Telmo y no hay más, así que no saben que la obra, costeada por el obispo José Molina Lario (que no Larios), tenía 11 kilómetros de largo y que incluso hoy funcionan cinco de ellos (desde una pequeña presa del Guadalmedina hasta el psiquiátrico de San Juan de Dios).
Este desconocimiento generalizado tiene mucho que ver con el desinterés que demasiados políticos que nos gobiernan o han gobernado han demostrado por el acueducto a lo largo de los años. Hay que recordar que, para sus mentes cuadriculadas, entraría dentro de la sospechosísima categoría de Patrimonio Industrial, que está considerado por muchos de ellos una verdadera cagalástima, con perdón por la expresión autóctona.
A un político malaguita de la multitudinaria hornada de quienes han echado los dientes en el partido y quieren jubilarse en él presentémosle monumentos tangibles como iglesias, conventos o castillos pero no una obra de ingeniería para conducir agua, fábricas, chimeneas o cualquier otra zarandaja con tufillo proletario.
Esta visión desnortada y empobrecida de la Málaga en la que viven es quizás lo que puede hacer peligrar, ahora más que nunca, el acueducto de San Telmo, una obra que en los últimos 15 años ha sido defendida por Javier Aguilar, recientemente fallecido, un particular vinculado a este Bien de Interés Cultural por tradición familiar, hijo del último guarda del acueducto y él mismo guarda honorífico del BIC.
Sin la entrega desinteresada de Javier esta maravilla del siglo XVIII queda a expensas del patronato que en teoría lo rige cuya incesante actividad en la última década ha sido sólo comparable a la de los osos pirenaicos durante el invierno o al Senado en agosto.
El año pasado se produjo la reactivación de esta somnolienta entidad pero las mociones en las que los partidos denuncian el abandono continúan. El puente de los Once Ojos es precisamente la gran excepción: el Ayuntamiento ha ajardinado el entorno este año y lo ha dejado espléndido, pero asoman ya rastrojos de hierbas por todo lo alto y la suciedad se acumula junto a la vecina alberca en la que, precisamente, de niño se bañaba Javier Aguilar. Tras la desaparición de Javier o nuestros políticos espabilan de verdad o esta hermosísima obra se quedará en la inopia, sin las rutas turísticas y el reconocimiento que merece.