Los vecinos que viven junto al arroyo, en la calle Fausto de Campanillas. siguen hasta la coronilla de su convivencia nada idílica con mosquitos, serpientes y ratas
La mayoría conoce el mito de Fausto, el hombre que vendió su alma al diablo. Goethe y Thomas Mann lo contaron cada uno a su manera. En nuestros días bastaría con repasar una biografía actualizada de Putin o Berlusconi.
En Málaga también contamos con un Fausto, en este caso la calle Fausto, en Campanillas, y ustedes disculpen que eche mano del tópico pero para muchos vecinos, sobre todo ahora que llega el verano, es una calle de infausto recuerdo. En más de una ocasión La Opinión se acercó a esta calle, como dicen los amantes de los tópicos para «tomarle el pulso a la actualidad» pero en realidad para rascarse, como el resto de vecinos. Porque quienes viven en esta larguísima calle tienen a tres pasos el arroyo de la Rebanadilla a cielo abierto, así que tienen que convivir con mosquitos, serpientes y ratas.
La convivencia de los campanilleros con la Naturaleza es cada vez más complicada. También con la Naturaleza avícola. Precisamente en agosto del año pasado este periódico recogió las quejas vecinales por la proximidad de una inmensa granja de gallinas que habría bloqueado la capacidad de oler magdalenas de Marcel Proust. Cierto que el arroyo y la granja llegaron antes, pero las urbanizaciones avanzan y a nadie le gusta oler a gallina justo al salir a trabajar o a comprar o toparse con una serpiente, como no sea la tópica serpiente multicolor de la Vuelta, el Tour y el Giro.
El Ayuntamiento, todo hay que decirlo, ha adecentado el arroyo. Ya no contiene tanta basura y ha colocado unas vallas de madera como continuación del Parque Lineal, pero el problema prosigue y la asociación de vecinos, antes incluso de que se hiciera esta urbanización, ya reclamó que se embovedara este tramo.
En todo caso, otro foco de suciedad permanece a pocos metros de la calle Fausto y la responsabilidad recae tanto en homúnculos sin civilizar como en el propio Consistorio, porque hablamos de un descampado junto a la extinta piscina de Campanillas que es de propiedad municipal.
Si ustedes no han estado por allí, mejor es que sigan privándose de conocer este rincón de Málaga, salvo si les gusta el riesgo de pillar alguna enfermedad tropical, porque el descampado se ha convertido, desde hace años, en un nauseabundo y cíclico depósito de escombros y basuras varias, lo que apoya la tesis vecinal de que tienen que toparse más de lo que quisieran con las amigas las ratas.
Cierto que los desalmados arborícolas no dejan de tomarse el descampado por su mano y de usarlo de base de operaciones para sus inmundicias, pero sin duda hace falta limpiar de forma cíclica este escenario inquietante de prácticas incívicas, que continúa bajo un puente cercano y que se prolonga por un camino terrizo desde el que se otea la central de ciclo combinado y el Centro de Investigación y Formación Agrícola. Las vistas al menos son preciosas.