Dos calles con lianas para los dueños de San Antón

15 Abr

En la barriada de Ruiz de Alda, junto a la avenida de la Paloma, se encuentra la calle dedicada a Jacobo Laan.

Pocos datos ha podido reunir el firmante sobre este importante personaje del primer tercio del siglo XX en Málaga. Al parecer, Jacobo Adrián Laan era un acaudalado holandés, que había sido campeón de tiro, participando con 39 años en la Olimpiadas de Londres de 1908.

En 1923 compró en Málaga la histórica hacienda de San Antón, la que da nombre al monte y en la que, originalmente, dos ermitaños construyeron, tras la conquista de Málaga por los Reyes Católicos, la ermita de san Antón junto a la casa de una rica familia árabe.

El señor Laan hizo importantes reformas en la casa y reedificó la ermita. Estaba casado con la también holandesa Lucía van Dulken Nagel, tía de Enrique van Dulken y cuentan que esta bonita hacienda era visitada en invierno por la princesa Beatriz de Battemberg, madre de la reina Victoria Eugenia.

Además, el matrimonio, que no tuvo hijos, vivió en la finca de La Torrecilla, frente al paseo marítimo. La finca, por cierto, la repobló el señor Laan con mucho acierto, como reseñaba la prensa en 1930.

Jacobo Laan jugó además un papel destacado en el apoyo a las fuerzas de Franco durante la Guerra Civil. De hecho, resulta llamativo que en la primera visita del general a Málaga tras la contienda se alojara en casa de la pareja.

Curiosamente, Jacobo Laan falleció a los 70 años en ese mismo 1939. También en el 39 tanto él como su esposa fueron nombrados hijos predilectos y adoptivos de Málaga, precisamente por ese apoyo importante a las fuerzas de Franco, muy posiblemente económico.

Su mujer, Lucía o Lucy, como también era conocida, le sobrevivió hasta 1950, cuando murió en nuestra ciudad. El matrimonio también fue conocido por sus obras de beneficencia.

No es extraño pues que al lado de la calle dedicada a Jacobo Laan se encuentra la dedicada a su mujer Lucía van Dulken, también en Ruiz de Alda. El innegable eco político de estas dos calles movió hace un par de años a IU a pedir el cambio de nombre, junto con otra importante lista de calles.

Ecos políticos aparte, estas modestas calles si algo llaman la atención en nuestros días es por la masiva concentración de pintadas en sus blancas paredes. Tal es el maremágnum de letras, que uno no sabe si se encuentra ante algún discípulo de Pollock, sensación que también podemos tener en otra calle próxima comentada hace unos días: la calle La Caramba.

Y junto con las pintadas, estos dos rinconcitos de Málaga que recuerdan a los dos holandeses tienen en común un lío de cables que, a modo de lianas, cuelgan de los bloques en gruesas marañas, símbolo de la ineptitud y la falta de interés de las compañías que se encargan de instalarlos.

El condimento

Pintada gastronómica pero que puede dar lugar a equívocos en la calle Cristo de la Epidemia: «El tomillo da gusto al conejo».

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