El Ayuntamiento coloca una suave rampa de asfalto en el bordillo de la plaza de Uncibay para evitar traspiés y accidentes mientras se admiran los tronos
La plaza de Uncibay es una de las que, con el paso de los años, ha sufrido una transformación más radical. Como muchos recordarán, en los años 70 del siglo pasado había quedado reducida a un agobiante aparcamiento al aire libre en el que reinaba un guardacoches sordomudo, apodado El Chocolate, que zigzagueaba entre los simcas y los seiscientos mejor que Paquito Fernández Ochoa en las montañas nevadas.
La reforma de José Seguí en los 80 despejó los coches y en nuestros días raro es el centímetro cuadrado que no está ocupado por mesas de bares. Todo apunta a que, cuando se logre un soporte adecuado que no desnuque al cliente, comenzarán a instalarse cómodas mesas sobre los dos grupos escultóricos cuyo espacio todavía no ha sido comercialmente aprovechado.
Pero si hoy paseamos de forma metafórica por el escueto sendero que a los peatones permite la plaza de Uncibay es porque nuestro Ayuntamiento ha colocado una larga hilera de asfalto renegrío en la unión de la calzada con el bordillo de la plaza. El resultado es una rampa suave y efectiva aunque estéticamente quede peor que Putin en un congreso sobre libertad de expresión.
La medida, informan a esta sección fuentes municipales, se aplica para impedir que durante las procesiones el público corra el riesgo de perder piezas dentales al dar un paso en falso, caer de espaldas y aterrizar en un café con churros o en un pitufo mixto.
Resulta loable el interés municipal porque nuestros visitantes regresen a sus lugares de origen sin lo que en Málaga se conoce como mataúras, pero esta salvadora capita temporal de asfalto bien podían extenderla a lo largo y ancho de los tres espacios más churriguerescos de nuestra ciudad, a un tiro de piedra de la plaza de Uncibay.
Estamos hablando de las plazas del Siglo, del Carbón y del cardenal Spínola, aunque la segunda de ellas casi ha sido engullida por un restaurante.
Realizadas en este arranque de siglo con las técnicas más modernas, nunca se plasmó mejor en un espacio público la expresión administrativa «ejecución de obra», porque la impresión resultante es que las tres plazas fueron ejecutadas al amanecer sin un juicio justo.
Los adoquines redondos que las cubren nos hacen pensar que fueron lanzados al aire de espaldas y colocados tal como cayeron.
El diseño original hablaba de recordar en la trama urbana la torrentera que culebreaba por la calle de la Victoria y calle Granada siglos ha, pero esto es como cruzar un río suizo: raro es el paseante que no da tres respingos, y qué decir de los hombres de trono que se tienen que someter a este violento masaje de pies.
Venga por tanto una capita temporal de asfalto del grosor de la presa de Asuán para estas tres plazas ejecutadas de una manera tan injusta. Nos podemos apañar con ella hasta el siglo que viene.