Nuestro planeta, que más sabe por viejo que por diablo, tapiza con un manto de hierba y flores un vertedero perpetuo en la avenida de Juan XXIII
Los que desde hace algunas décadas peinan canas, recordarán que la plaza de la Cruz del Humilladero era prácticamente una puerta de entrada a la ciudad, que a partir de ahí se abría al campo, salpicado por algunas construcciones deslavazadas propias de las afueras de las ciudades como la prisión provincial, aislada de edificios, el Cementerio de San Rafael y las modestas casas que lo acompañaban.
En cuanto a los depósitos de Repsol, eran parcelas de tierra, pequeños sembrados desde donde quizás se avistase todavía la casa de las dos hermanas, junto a las vías del tren, dos hermanas que al parecer a finales del XIX eran las encargadas de manejar un paso a nivel y que dieron nombre al barrio que luego surgió entre 1959 y 1961.
Este fugaz recorrido por el pasado viene a cuento porque en esa amplia parcela donde hollaban los diez enormes depósitos de Repsol la primavera ha llegado con una fuerza descomunal, a modo de un regreso a ese paisaje de campo de hace 60 años, aunque sin agricultura planificada.
Esta invasión de plantas y flores, que exhiben un colorido incluso más rico que el cubo del recién abierto Pompidou, ha tenido a bien extender sus poderes a una zona inmersa en plena indefinición en la avenida de Juan XXIII y de la que hablamos hace unos meses. Porque si nos ponemos a andar por esta avenida pensada para el paso veloz de los coches, por la acera que linda con los terrenos de Repsol, comprobaremos que casi a la altura del Carril de la Cordobesa hay una anomalía.
Se trata de una zona que parece sacada a la fuerza de la parcela de los depósitos, pues pese a tener la valla unos metros a su espalda forma parte del mismo terreno. Es como si esta antigua parcela petrolífera hubiera querido tener un detalle con la ciudad desgajando un jardincito. En los años 70, al menos, estaba monda y lironda salvo por algunos árboles y así continuó en los 80.
En nuestros días, como nadie cuida del parterre, ofrece el mismo grado de dejadez y de hierbas salvajes que el interior.
Y este es el único dato positivo de tanto olvido porque se trata de un terrenito con mucha basura acumulada, sobre todo de plásticos ya que nadie lo limpia, así que la Naturaleza, que de tonta no tiene un pelo, se ha encargado de cubrir con un manto verde tanta porquería.
El domingo de las elecciones autonómicas todavía podían verse agónicos plásticos tratando de imponerse entre los abundantes matorrales.
Otra cosa será en el verano, cuando las vergüenzas vuelvan a mostrarse al público. Pertenezca a quien pertenezca este pequeño espacio, si alguna administración se anima a limpiarlo sin entrar en memeces competenciales tendrá el agradecimiento sincero del firmante y seguro que de un montón de paseantes amantes de una Naturaleza sin montañas de plástico que escalar.