Málaga, con un grupo de ciudades chinas, continúa a la cabeza en el lanzamiento de gargajos en la calle
De la rica familia de palabras provenientes de sonidos onomatopéyicos se ha ganado un sitio de honor en el imaginario de Málaga la palabra «gargajo», con perdón, que proviene de la muy conseguida raíz onomatopéyica «garg». La Real Academia de la Lengua no se anda con rositas y define gargajo como «flema coagulada que se expele por la garganta». La definición es certera, amén de asquerosa. No volvamos a ella.
Lo cierto es que en Málaga el gargajo tiene varias denominaciones, aparte de la oficial. Tenemos por ejemplo «lapo», que la RAE define coloquialmente como «latigazo», de ahí que quizás se emplee en atención a la velocidad que puede alcanzar ese producto salido de las bocas de algunos inconscientes. Pero también tenemos «escupitajo» y la variante «escupitinajo», que hace pensar en un gargajo de proporciones afortunadamente reducidas o mero gargajo fallido.
Es curioso cómo, la llegada a la ciudad natal de Picasso –aunque fuera con retardo– de las ideas de la Ilustración, la educación obligatoria y esa desaparecida asignatura de Urbanidad, sin olvidar la instalación de bibliotecas con sus variadísimos tesoros culturales en todos los distritos, no han impedido que Málaga, en proporción, continúe estando entre las ciudades del mundo con más gargajeros. De hecho, sólo algunas urbes de China, donde el lanzamiento de gargajos en la vía pública está considerado tradición milenaria, superan el ratio de la capital de la Costa del Sol.
El ritual del gargajero bien puede estremecer los corazones más nobles, las almas más sensibles y a los que consideran este entretenimiento un deporte nauseabundo.
Por lo demás, la popularidad de esta dudosa práctica radica en que sólo consta de tres sencillos pasos: 1.Hurgar en las profundidades pectorales. 2. Almacenamiento en boca y 3. Lanzamiento. Si es posible al zapato de un inocente peatón.
De los tres pasos el que más atemoriza es el primero. Si usted pasea por el paseo marítimo Antonio Banderas y escucha unos ruidos sospechosos, como de alguien intentando arrancar una moto, puede que alguien esté intentando arrancar una moto o bien que se trate de un gargajero en la fase 1 de búsqueda de material en las profundidades pectorales.
En efecto, pocos ruidos hay tan repobables como el de una vespa arrancando en la garganta de un desconocido situado a tu espalda. La duda surge de inmediato: «Cuando llegue la fase del lanzamiento… ¿me dará?».
Y no es un deporte que sólo practiquen los viejos. Eso es un mito. De todos es sabido que un grupo destacado de futbolistas de nuestra liga parecen aspersores vivientes de la cantidad de veces que escupen en el terreno de juego. Malagueños de todas las edades han hecho suyo este gesto de moda y recorren la ciudad dejando… su huella. Lo dicho, habrá que diferenciar entre la flema inglesa y la malaguita, esta última con un significado por completo distinto.
Esto es una tradición de siglos. Recuerdo en mi mas tierna infancia, el letrero en los camiones de linea (hoy autobuses)que decía: «PROHIBIDO FUMAR Y ESCUPIR»
A propósito de tu simpático artículo, Alfonso, me viene a la memoria una definición…, ¡del amor!, que contiene en sí la palabra cuya raíz es /GARG/. Esta es la «definición» : «El amor es un gargajo que nace en el cerebro, pasa por el corazón, y desemboca en el carajo».
Y pido mis disculpas a los enamorados, a los puristas de las definiciones, y a toda persona sensible. Por supuesto : no comparto la idea de tan grande y soez concepto del amor.
En cuanto a los señores expectorantes; me viene a la memoria aquella célebre frase !! Escupe Marcelo que te has tragado un pelo !!; pero por favor por bien de los viandantes; si quieres Escupir, hazlo antes de salir. Gracias en mi nombre y en el de los posibles resbaladores. Pedro Durán Gavilán.
A mi es que me persiguen; hace poquísimo tiempo desayunando en una cafetería muy céntrica, adosado a mi mesa, me tocó y no precisamente el gordo de Navidad, sino el Rey de los Gargajeos: se toma del tirón una copa de aguardiente y acto seguido, el espectáculo asqueroso; por su cuenta inicia el posible gargajo y lo consigue y para más inri de un servidor, lo paladea en esa boca tan melosa y disfrutando de tan suculento sabor; lo peor es que los que sufrimos esos momentos tan poco apetecibles, pagamos las consecuencias; es decir pagamos la cuenta y sin comernos una rosca