Ahora que el Cementerio de San Miguel está incluido en el Catálogo General del Patrimonio Histórico Artístico de Andalucía, urge remodelar la olvidada plaza
Hay noticias que alegran y sorprenden a partes iguales. Como ayer informó La Opinión, la Junta de Andalucía acaba de incluir el Cementerio de San Miguel en el Catálogo General del Patrimonio Histórico Artístico de Andalucía.
La sorpresa viene porque no estuviera incluido en el catálogo años ha. Este reconocimiento administrativo, en todo caso, constata que estamos ante uno de los cementerios más valiosos de Andalucía, pues sus calles alojan buena parte de la historia de la ciudad en esa etapa tan importante en la que Málaga dejó de ser invisible, abandonó sus tiempos de tugurio azotado por epidemias cíclicas y se convirtió en una potencia comercial e industrial, mucho antes que turística.
Pero en este caso, al contenido del Cementerio de San Miguel hay que sumar el continente: los suntuosos panteones, últimos destellos de la gloria mundana que han merecido esta protección patrimonial.
Dicho esto, hay que reconocer el buen trabajo del Ayuntamiento, que lleva los últimos años dignificando, paso a paso, el camposanto pero todo este trabajo se quedará a medias, lucirá menos que un barco espía si el Consistorio continúa obviando la antesala del cementerio, la plaza del Patrocinio, espacio inmundo donde sólo pastan los coches y un par de desguaces monumentales.
En noviembre de 2013 esta sección informó de la seria intención municipal de arreglar la plaza, según fuentes consistoriales. Pero una cosa es querer y otra poder. Han pasado 15 meses y como en el chiste, por ahora ni siquiera «se va podiendo». Habrá proyecto y buenas intenciones mas la plaza continúa siendo un muladar, así que por mucho que el Ayuntamiento arregle el camposanto, ya me dirán con qué comodidad pueden llegar a la puerta los autobuses turísticos, sin olvidar la desapacible barrera de coches que deben sortear los peatones que quieren acercarse de visita.
Arreglar la plaza, además, no sólo consistirá en limitar el actual parking sino en restaurar los mencionados desguaces monumentales. Por un lado la truncada cruz conmemorativa de una epidemia de peste del siglo XVII que se llevó por delante a 12.000 personas, de las que 1.300 fueron enterradas en El Ejido, donde originalmente estaba la cruz, hasta que se trasladó a la plaza del Patrocinio en 1860.
Por otro lado la fuente del Tempus Fugit, de 1849, que cuenta con un reloj de arena con alas tan oxidado que terminará volviéndose hierro en polvo y que cuenta con un vaso de mármol, el lugar idóneo para que los conductores depositen ruedas, parachoques, bielas y todo los excedentes automovilísticos posibles.
La plaza del Patrocinio, todavía sin patrocinadores, necesita como el comer una remodelación urgente. Sin ella, buena parte de los trabajos que se realizan en San Miguel sólo serán contemplados por quienes descansan en él. Y no es plan.