La smart city esconde un rincón de Tanganika

12 Feb


Cuesta creer que en el polígono El Viso los usuarios tengan que atravesar por su cuenta y riesgo el cauce-basurero del arroyo de las Cañas.

Puentes, lo que se dice puentes como Dios manda, Málaga ha disfrutado desde la época romana. La ciudad de Malaca contaba con un puente romano irrompible a la altura del actual mercado de Atarazanas, así que andaría por donde hoy está el puente de Tetuán.

Los árabes, por su parte, hicieron lo propio y construyeron un imponente puente de piedra sobre los restos del puente romano. El puente árabe estaba guardado por torreones pero la mala maña de los conquistadores cristianos, que talaron los árboles de la cuenca del Guadalmedina, propició la llegada de cíclicos desbordamientos.

El viejo puente árabe de piedra se fue definitivamente a hacer puñetas con la riada de 1661.

Estos someros datos confirman que en Málaga se han sabido construir puentes en condiciones desde hace dos mil años y sólo la falta de caudales (monetarios, no acuáticos) ha impedido que se construyeran en más cantidad y con más presteza, como ocurrió con el río Guadalhorce y su proyecto inacabado de gran puente durante el siglo XVIII y parte del XIX.

Dicho esto, carece de toda lógica humana, incluso extraterrestre, que en el año 2015 el polígono El Viso cuente en su seno con un rincón que a algunos puede que les evoque una aldea perdida de la antigua Tanganika (hoy integrada en Tanzania).

El rincón en cuestión se encuentra al final de la calle dedicada a Canadá, muy cerca de la continuación, calle La Boheme, en la confluencia con la calle Rosamunda. Pero aunque el callejero se vista de seda, y en este caso con nombres de óperas célebres, la realidad es propia de la Tanganika de los años 60 porque si el peatón camina por la calle Canadá, se topará con unos topes señalizados en blanco y rojo y a continuación con lo que parece un pequeño afluente del arroyo de las Cañas, el que culebrea desde más arriba del Puerto de la Torre hasta unirse con el Guadalhorce a la altura de la depuradora.

El peatón debe cruzar a pelo el cauce, es decir, bajarlo, cruzarlo y volver a subir hasta incorporarse a la mencionada calle Rosamunda. Imagínense un día de lluvia. Pero incluso en un día como el de ayer, con un sol de justicia, el cauce seco no era consolación suficiente porque se encontraba perlado de toda clase de basura, en especial de tantos metros de plástico como para envolver un velero. ¿Cuánto tiempo hace que no se limpia este punto negro o más bien plastificado? ¿Es posible que la técnica de la que disfrutamos no haya hecho viable una pasarela que evite descender a los usuarios del polígono por este mar de basura y cañas?

En rincones como este, en el corazón de un veterano polígono industrial, es donde fotografías como la del enjambre anual de enchaquetados en la escalinata del Ayuntamiento, para mayor gloria del Málaga Valley y la smart city, quedan seriamente cuestionadas.

Siguiendo con los palabros, en la calle Canadá se hacen inconcebibles el coaching, el cluster y el coworking y el único emprendimiento que se concibe es el de quien emprende… la huida.

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