La gruta que refugió a ermitaños de los siglos VII a IX en Churriana continúa ofreciendo un aspecto de jaula de zoológico abandonado
Póngase, y es un suponer, en el sitio de un ermitaño del siglo VII después de Cristo. En busca de la soledad espiritual que necesita para desarrollar su vocación no busca las afueras de Málaga, unos andurriales que, pese a no estar en el cogollito urbano de la entonces ciudad visigoda, no son lo suficientemente retirados, así que elige las inmediaciones de la Sierra de Churriana, con abundante agua y tierra fértil a la vuelta de la esquina, además de estar, para los parámetros de la época, donde Cristo dio las tres voces.
Es una zona además donde abundan las cuevas, así que habrá una discreta red de eremitorios, en la que hombres de paz, posibles contemporáneos de San Isidoro de Sevilla, tratan de llevar una vida discreta y de contemplación, aunque con la invasión árabe las cuevas de lo que sirvieron es de refugio para muchos cristianos.
14 siglos después, hay que agradecer que estos ermitaños y los que lo siguieron hace tiempo que crían malvas. Así no se enfrentan a la absoluta decadencia de un eremitorio situado en pleno casco urbano de Churriana y que en teoría subsiste para que lo contemplen las actuales generaciones.
El autor de estas líneas se ha pasado al menos una vez al año por estos restos arqueológicos desde 2010. Se trata de una pequeña gruta, habitada por ermitaños durante los siglos VII a IX después de Cristo en la calle Maestro Vert, a pocos metros de la biblioteca José Moreno Villa.
Quizás sea casualidad pero en todas las ocasiones en las que un servidor ha pasado por la cueva presentaba un estado lamentable y más parecía una perfomance al aire libre del vertedero de Los Ruices que otra cosa.
Ayer no fue una excepción. El eremitorio estaba hecho unos zorros y daba la impresión de que en realidad se trataba de la jaula de un zoológico abandonado, porque el recinto estaba vallado y en su interior había una colección de desperdicios amplia y variada, desde un saquito de escombros hasta plásticos, botellas y una centelleante guirnalda (no sabemos si fue depositada estos días de Carvanal o en la Nochevieja de uno de estos años).
Así que pese a las vallas que instaló el Ayuntamiento a finales de los 90 y a que cuenta con protección arqueológica de primer orden, hay huellas evidentes de que plantígrados modernos saltan la verja más de lo que quisiéramos para realizar ritos de iniciación alcohólica o meras expediciones de un sitio claramente prohibido.
A bote pronto, nuestro Consistorio tiene dos opciones claras, si no más, pero ninguna de ellas las lleva a cabo: una es techar el conjunto para impedir nuevos accesos, como le pide la asociación de vecinos desde tiempos remotos. Otra es limpiar con más frecuencia este valioso recinto de tal manera que no nos evoque un zoo del que ha huido hasta el guarda. Hicieron bien los eremitas en morirse hace 1.400 años. No les iba a gustar nada el aspecto de su retiro en estos arranques del siglo XXI.