El misterio de los «setos de geranios» en flor

22 Nov

El médico inglés que en 1853 comprobó las bondades del clima de Málaga deja las temperaturas por un rato para hablar de cómo era la ciudad en aquel entonces

Ayer hablábamos en esta sección de las aventuras del médico inglés D.J.T. Francis, un avezado doctor que en 1853 escribió un libro, reeditado por la Universidad de Málaga en 2009, en el que demostraba que el mejor clima de Europa lo disfrutaba nuestra ciudad, por lo que era ideal para que sus paisanos británicos se curaran de una lista larga de enfermedades.

El libro, titulado El cambio de clima como remedio de las enfermedades crónicas, con la magnífica traducción de Olga Mendoza, es también una estupenda guía de nuestra ciudad.

El médico, desde luego, parece que estuvo encantado de pasar unos meses en Málaga. Pero antes de enseñarla da buenos consejos a los viajeros y así, en caso de estreñimiento –«bastante frecuente entre los viajeros»– recomienda «un enema de media pinta de agua tibia», es decir, la clásica lavativa para acabar, de forma tajante, con los problemas o al menos para echarlos fuera.

Lo primero que cuenta de nuestra ciudad es que los nativos «pasan una gran parte de sus vidas al aire libre», empezando por los pobres de solemnidad que «no se preocupan de otra cama, durante todo el año, que aquella que puede extender en los paseos públicos al anochecer».

También le llama la atención, y eso es porque faltaba casi medio siglo para el nuevo Parque, que «las casas llegan casi hasta el borde del mar».

Eso sí, distingue dos zonas muy diferenciadas en Málaga. La primera, la parte antigua, «un laberinto de estrechos y sinuosos callejones de altas casas, en donde las aves carroñeras pueden realizar su trabajo adecuadamente», nada que ver con la zona de la Alameda, sobre terrenos ganados al mar y que describe así: «Un noble paseo de unas cuarenta o cincuenta yardas de ancho, plantado de acacias y adornado con estatuas y fuentes». Como se ve, los famosos ficus, hoy más que centenarios, no se habían plantado todavía.

Como es lógico, el galeno aconseja a sus compatriotas enfermos que, si van a pasar unas vacaciones curativas en Málaga, escojan la Alameda para vivir. «Tienen aquí un alegre y soleado paseo al que pueden acceder al instante desde su propia puerta, tal como si fuera su propio jardín», al tiempo que recomienda el muelle del puerto, «para los atraídos por el bullicio y la actividad de los puertos».

Claro que también aconseja un paseo por las afueras de Málaga, entonces sin red de autovías ni polígonos sino pleno campo, para que se acelerara la recuperación, porque la vegetación de Europa «alcanza su punto culminante en Málaga». Y como ejemplo habla de los cultivos de caña de azúcar y algodón y ya en plena ciudad, el que en mitad del invierno, «los setos de geranios, tan comunes como el seto de espino entre nosotros, siguen floreciendo en los paseos públicos». Y por si no fuera suficiente, recuerda los altos índices de longevidad de los malagueños, a su juicio por el buen clima. Como para no curarse en Málaga en salud. Un libro conmovedor.

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