De la maleta perdida y hallada a medias

11 Nov

Ayer, un servidor experimentó en sus carnes los sinsabores de un robo pero también la honradez de un par de malagueños

A finales de los 50 el alcalde de Málaga García Grana hizo una apuesta con un concejal del Ayuntamiento: colocaría un billete de 100 pesetas, el que mostraba a Julio Romero de Torres, en un banco del Parque durante unas horas. El alcalde sostenía que nadie se apropiaría del billete. El concejal dudaba de que un amigo de lo ajeno no cayera en la tentación y trasladara el billete del banco a su bolsillo.


Hicieron la prueba y al cabo de unas pocas horas, el billete seguía intacto en el banco del Parque. El alcalde ganó la apuesta.

Esta anécdota viene a cuento porque, de haberse hecho la apuesta en nuestros días y con un servidor, habrían quedado en tablas. El caso es que ayer por la mañana, en una escena digna del inspector Clouseau, el autor de estas líneas se fue a atar el zapato en un banco de la antigua explanada del tranvía, en El Morlaco. Cargado con una maleta de mano, la radio, un abrigo y un jersey, cuando un servidor reemprendió la marcha, en el banco se había quedado de recuerdo la maleta de mano.

Ya se imaginan el momento en el que, como en el anuncio del niño y los donuts, uno cae en el tremendo olvido, así que tiene lugar el regreso raudo al lugar del delito para comprobar que la maleta ya no se encuentra allí. ¿Algún traslado por el hiperespacio? Da igual qué conjeturas se hagan. La intranquilidad crece y la maleta sigue sin aparecer. No está en objetos perdidos, las comisarías más cercanas no tienen noticia de ella y la comezón aumenta porque dentro de la dichosa maleta duermen las llaves de casa.

Y como en las películas de suspense, cuando el autor de estas líneas está a punto de llamar al cerrajero, dos buenas personas informan de que tienen la maleta sana y semisalva en una oficina de Pintor Sorolla.

Lo de semisalva viene porque la localizaron abierta. Así que allí que se va un servidor, en busca de la maleta pródiga y a dar las gracias por algo que ya no se da por descontado en muchas personas: la honradez. Y en efecto, está la maleta, nadie ha sisado las llaves de casa pero faltan de su domicilio el móvil, la cámara de fotos y una grabadora.

El único consuelo es que el alma de cántaro que ha sustraído esos objetos no se lleva un potosí. El móvil es lo más parecido a un objeto rotundo para cascar nueces; la cámara hacía últimamente las fotos al revés y la grabadora, eso sí, le servirá al ladrón para grabar su enorme vacío moral.

Así pues, dos ciudadanos honrados custodian la maleta y localizan a su propietario, mientras que un sujeto sin identificar se encarga de sustraer toda la cacharrería tecnológica, incluido un lápiz digital medio roto. Eso sí, en la maleta también había sendos libritos sobre Tartessos y Fernando el Católico que el ladronzuelo ni se preció en mirar. Una ocasión perdida porque los libros pueden mejorar vidas.

Como ven, la apuesta, en el caso de un servidor, habría quedado en empate técnico. En todo caso, es un alivio comprobar que en esta ciudad la gente buena sigue abundando. Gracias.

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