Una reveladora noticia nos cuenta la reacción de algunos malagueños de hace siglo y medio ante la instalación de céntricos urinarios públicos
El pasado 1 de octubre esta sección habló del voleo de papeles viejos. En la crónica se recordaba la vetusta tradición malaguita de volear los papeles y documentos que molestan en casa, una vez fallecida la persona que los conservaba.
Frente a esta arraigada costumbre, se resaltaban las ventajas de donar las montañas de documentos a los archivos malagueños, donde permanecerán en óptimas condiciones y alcanzarán el valor que sólo da el paso del tiempo.
Y como ejemplo, el firmante ponía las modestas notas de oferta laboral del periódico El Avisador Malagueño de mediados del XIX. Ahora, traemos a la palestra una segunda noticia de este antiguo periódico, que a raíz de la crónica nos proporciona la profesora de la UMA Amparo Quiles, una de las mejores y más sagaces conocedoras de la Málaga del XIX.
Y la verdad es que no tiene desperdicio una modesta nota publicada en el turbulento año de 1868, en el que la campechana reina de España tomó las de Villadiego rumbo al exilio en París y dieron comienzo cinco agitados años de vida política que ríase usted de la actual Pasión de Catalanes.
La nota lleva por título Las mingitorias de Málaga, en referencia a las calles en las que había instalados urinarios públicos en forma de columnas, así que parece que el invento estaba pensado sólo para los hombres.
El problema, destaca el artículo, es que se usan para múltiples fines, incluido uno de los urinarios más completos, el de calle Salinas que «son mingitorias-retretas», así que habría varios instalados en tan estrecha calle, la que hoy comunica la plaza del Obispo con calle Larios, que por entonces no existía.
El periodista culpa del desaguisado a la policía urbana, que permite que las mingitorias estén, nada más entrar en ellas, «llenas de inmundicias» y pone de ejemplo que sirven «para vaciadero de basuras, de cabezas de pescado y de otras cosas más o menos decentes». Como resultado, «las dichosas columnas mingitorias no sirven más que para lo que la columna de Vendome (París): de adorno, pero ¡qué adorno!», concluye el artículo.
Imagine la escena. Pasea por el Centro de Málaga, siente la imperiosa necesidad de visitar uno de esos cacharros pero allí le aguardan una montaña de cabezas de pescado e inmundicias varias.
El urinario, agradecido invento civilizador, es usado de vertedero. ¿Cualquier tiempo pasado fue mejor? Cuando menos, algunos comportamientos de una minoría selvática parecen no cambiar con el paso de los siglos. Sublime.
Imperio con calle Resulta encantador que junto al Paseo de Miramar algún técnico municipal o concejal se acordara, allá por 1977, de una lejana y poderosa civilización mesopotámica como para dedicarle la modesta calle Asiria.