Es casi tradición en Málaga que una ingente cantidad de papeles familiares o de negocios desaparecidos terminen en la basura antes que en cualquier archivo
Si por algo se desesperan los responsables de los archivos de Málaga, es por la facilidad con la que muchos malagueños volean, como si fueran un disco de la playa, los papeles viejos. Si muere la persona depositaria de la ingente cantidad de documentos polvorientos, una norma no escrita obliga a hacer una montaña con el rimero de papeles y, si acaso, reciclarlo en lugar de largarlo sin más al contenedor.
Hace poco comentaba una archivera, todo vocación, que de una conocidísima fábrica de Málaga, desaparecida hace bien poco tiempo, sus irresponsables responsables se habían deshecho de toda la documentación. Lo poco que queda para la posteridad ha sido lo que han podido rescatar los trabajadores.
Los archivos son una forma de sobrevivir al tiempo, incluso en forma de una fábrica cerrada por la crisis pero que, durante años, existió, produjo bienes y contribuyó a la mejora general de Málaga.
Hace un par de semanas un servidor contó en la sección Mirando Atrás cómo, con paciencia franciscana, el Archivo Histórico Provincial había ido desentrañando la apasionante historia de La Metalúrgica S.A. una fábrica del paseo de los Tilos de la que se ha salvado casi toda su historia comercial, que se inicia en la década de 1880, aunque la empresa fue cambiando de nombre, y concluye hacia 1970. Y todo este caudal de información se debe al gesto casi romántico del catedrático de la UMA Cristóbal García Montoro, quien a finales de los 70 o comienzos de los 80 rescató centenares de carpetas con facturas, planos y fotos, ayudado por sus alumnos.
Esos papeles que iban a acabar en la basura tienen hoy un inmenso valor. A un servidor le gusta mucho un ejemplo, casi minúsculo, de la valía de los testimonios del pasado, por humildes que sean. Si cuentan con internet, puede visitar el Archivo Díaz de Escovar y navegar por las páginas del lejanísimo ya Avisador Malagueño (periódico de literatura, industria, comercio e intereses materiales), una publicación que informaba y entretenía a los malagueños de mediados del XIX.
Tan sólo deben echar un vistazo a los anuncios para viajar a una época fascinante, más contemporánea de Larra que de Galdós, en la que las tiendas buscan oficiales de barbero «que sepan perfectamente su obligación de afeitar, cortar y rizar el pelo», mientras que ofrecen sus servicios criados y nodrizas («un ama de leche, primeriza, sola, desea encontrar cría para casa de los padres») y en la calle Gigantes se vende a buen precio «una araña de cristal con seis velas».
Qué habría sido de esta pequeña pero vivísima e intensa memoria de Málaga si el comprador del periódico, apenas cuatro páginas, lo hubiera tirado o si sus descendientes, hartos de papelotes amarillos, hubieran alimentado una lumbre con ellos.
Aunque sea una obviedad, para los archivos de Málaga la mayoría de los papeles, documentos y fotografías son valiosos. Ya saben: antes de volear, donen.