En el catalogo de actos comandados por la envidia, la perfidia y la vesania hispánicas hay uno que no se ha difundido mucho, y eso que Rafael Cansinos Assens, ese sabio sevillano, traductor de Las Mil y una Noches y maestro de Borges, se encargó de relatar en sus fantásticas memorias: La novela de un literato.
Se trata nada menos de que el poeta malagueño Salvador Rueda estuvo al pique de un repique de conseguir el premio Nobel de Literatura.
Al parecer, la Academia Sueca había elegido al artista de Benaque, pero la decisión llegó a oídos de varios académicos de la Lengua, en España, que presionaron al embajador patrio en Estocolmo para que abortara la designación.
Eso es al menos lo que le confesó a Cansinos Assens el escritor Armando Palacio Valdés, uno de los conjurados contra Rueda, y que no pasará precisamente a la Historia de la Literatura, ni siquiera por su novela más famosa, La hermana San Sulpicio.
Al parecer, las efectivas gestiones del embajador español de entonces, Julio Valmitjana, frenaron la concesión del premio.
La reacción de Rafael Cansinos Assens al escuchar esta maniobra orquestal en la oscuridad coprotagonizada por don Armando es digna de reproducirse: «Sentí ganas de pegarle, por haberle quitado la gloria de las coronas suecas del Nobel al poeta admirable que ahora vegeta enfermo, pobre y olvidado en su tierra malagueña».
Imaginen la escena: un grupo de académicos, con la complicidad del embajador español, consigue que no le den el premio Nobel de Literatura a un compatriota. Sin comentarios.
Vuelta al medievo
Una propuesta: para contentar a algunos indignados y clasistas políticos catalanes, la asignatura escolar de Historia de Cataluña podría pasar a llamarse Leyendas Artúricas. El sueño de una patria edénica también produce monstruos, en este caso dragones de San Jordi.
En Málaga tenemos la suerte de que el localismo furibundo –variante a pequeña escala del nacionalismo– es testimonial, lo que hace posible que casi siempre podamos mirar más allá de nuestro ombligo y sin sentimiento de superioridad. Tomen nota los aquejados en estos años de inflamación patriótica y empacho severo de Historia adulterada.
La hoja
En su cartera guardaba una hoja, recogida de un árbol que crece junto a la tumba de Beethoven en el cementerio central de Viena. La conservaba desde hacía más de 40 años, en homenaje al compositor cuyas obras tarareaba desde la infancia.
Ahora que este otoño se ha llevado por sorpresa todas las hojas de su intensa vida, quede el recuerdo de una persona honesta, culta, discreta y buena que peleó y trabajó por su ciudad de adopción. Hasta siempre, Pedro Aparicio.