Después de haber sido vilipendiada hace una década para mayor gloria de la especulación inmobiliaria, la estructura ferroviaria puede volver de su destierro
Fueron años bravíos y montaraces los comienzos del siglo XXI en Málaga. Hay que recordar que las inmobiliarias y las promotoras, en la cúspide del éxito, dejaban sentir su peso en el entramado administrativo, de tal manera que el cargo más decisivo para cualquier ciudad española, mayormente costera, era la de concejal de Urbanismo.
En esos años, en Málaga cayeron como churros demasiadas viviendas del XVII, XVIII y del XIX que no se adecuaban a las expectativas de dinero fácil de las constructoras. Y qué decir de los vestigios de la Málaga industrial, despreciados por unos políticos que, hace tres lustros, ya daban claras muestras de su falta de formación y de una sensibilidad cultural pareja a la de Kiko Rivera.
Parapetados tras el mantra de la modernidad, cayeron chimeneas, fábricas, corralones, viviendas con pinturas murales y barrios obreros de la década de 1870 como el del Paseo de los Tilos, hoy un espléndido solar sin oficio ni beneficio. En pleno reinado de los asustaviejas, los arquitectos estrella y el derroche administrativo, era lógico que la estación de ferrocarril de Málaga se viera transformada en esos años en un anodino centro comercial con trenes, aderazado con unas jugosas promociones inmobiliarias en las inmediaciones.
En medio de este proceso, fue retirada y desmontada la primera estructura de hierro de nuestra ciudad, la famosa marquesina, muy transformada por las reformas de finales de los 50 de los talleres de la Vers, pero que todavía conservaba muchos elementos originales de su estreno hace ahora 150 años.
Los colectivos de todo tipo que reivindicaron su permanencia y rehabilitación recibieron entonces el desdén y la sorna de los popes del urbanismo malaguita, obsesionados en transformar Málaga a fuerza de demoliciones, como si esta ciudad fuera un terreno virgen en medio del desierto, al estilo de Las Vegas.
Sin embargo, la Junta de Andalucía dio la razón a estos colectivos en 2005, al incluir la marquesina y el resto de elementos de la vieja estación en el Catálago del Patrimonio Histórico Andaluz.
Y ahí ha estado desde 2003, arrinconada en unos almacenes municipales, con la socorrida excusa para los negocios inmobiliarios de Renfe-Adif de no haber conservado al cien por cien su aspecto original. Poco importaba que tras la II Guerra Mundial, las arrasadas y por tanto irreconocibles estaciones de ferrocarril alemanas hubieran sido reconstruidas de forma respetuosa hasta el último tornillo.
Ahora, a las puertas del 150 aniversario de la llegada del tren a Málaga, todos los grupos municipales han acordado que la marquesina ya ha cumplido suficiente exilio y podrá volver a su entorno. Ya lo decía por entonces un sagaz concejal, cuando conoció que la Junta había protegido tan pérfida estructura: «La idea es dejar la marquesina en el mismo lugar pero tendrán que pasar muchos años». Mirémoslo por el lado bueno: en esos años de caspa, derribos y billetes se salvó del chatarrero.