La torre del Atabal, el símbolo del Puerto de la Torre, continúa exhibiendo pintadas de los últimos tres años. Un mirador fastuoso pero degradado
Si los vecinos del Puerto de la Torre pudieran usar la máquina del tiempo imaginada por el escritor H.G.Wells, un importante porcentaje no aprovecharía para conocer a Cleopatra o a Felipe II. La primera reacción de este grupo de vecinos sería mover de forma muy leve la palanca, algo así como una década atrás, antes de que el Ayuntamiento comenzara a desgraciar la torre que da nombre al barrio.
Situada en el cerro del Atabal, los vecinos más veteranos lo conocían como el monte de la muela, por el innegable perfil molar de la torre vigía cristiana del siglo XV situada en lo alto y de la que sólo nos queda el arranque de la estructura.
Las obras de rehabilitación y consolidación, como señaló con causticidad un vecino, transformaron la torre centenaria en el aljibe de una urbanización. Y es lógico que en el Puerto de la Torre esta polémica actuación en el símbolo del barrio haya propiciado a su vez que el cerro esté cayendo cada vez más en el olvido.
Pero si el monte del Atabal está olvidado, tampoco nuestros representantes le echan ganas. Por las notas oficiales comprobamos que son pioneros en casi todas las ramas del saber y que no paran de impulsar acciones decisivas y sin embargo, no se dan el impulso suficiente como para subir a patita el monte y comprobar, por ejemplo, que buena parte de las pintadas que atiborran la torre centenaria desgraciada están fechadas en 2011. O lo que es lo mismo: hace tres años que nadie le da una buena friega.
Y por este motivo, el símbolo del barrio, con vistas de ensueño sobre Málaga, su bahía y el Valle del Guadalhorce, es hoy mero refugio de parejas enamoradas que, lejos de mantener su relación en una razonable intimidad, dejan constancia de sus amores en la torre. Y en algunos casos, una vez acabada la relación, uno de ellos vuelve a subir al cerro con un spray y tacha la promesa de entrega eterna.
No es extraño por tanto, que esta torre del siglo XV (o lo que sea después de la restauración), no tenga nada que envidiar a la pared de un barrio populoso de nuestra ciudad, con pintadas hasta en el cielo de la boca. Pero lejos de pararse en la torre y ante la falta de sitio, novios hay que han optado por escribir, con letras para una película en cinemascope, en el suelo de piedra y los muretes de esta fantástico mirador.
Y así, gracias a este mejunje, en lo alto de este centenario enclave que se encargaba de vigilar el campo circundante –por detrás de la primera línea defensiva de torres costeras– pueden leerse cosas como «te amo», «siempre te querré», «eres mía», «mi vida» o «gatito», expresiones que si bien expresan una pasión rica y respetable, también se emplean en cualquier telenovela.
Y así estamos, con la torre hecha unos zorros y nuestros políticos sin el impulso suficiente para echar un vistazo a estos andurriales. Las vistas son magníficas. El resto… mejor no mirar mucho.