Es curioso como, un mismo comportamiento, dependiendo del lugar del globo en el que se realice, puede calificarse de forma totalmente opuesta.
Cojamos por ejemplo el caso de Henry David Thoureau, un joven americano que decidió, literalmente, echarse al monte, y en concreto a un tupido bosque de su vecindario, en Massachusetts, para pasar dos años en una minúscula cabaña, (1.600 veces más pequeña que la sede malaguita de la Gerencia Urbanismo, para que ustedes se hagan una idea).
Thoureau escribió sus recuerdos de la aventura, allá por la mitad del siglo XIX, sobre su aislamiento del mundo y la experiencia de vivir de lo que le daba la madre Naturaleza, alejado de todas las comodidades posibles y por supuesto sin wifi.
Mientras en Estados Unidos se convirtió en un héroe literario y en apóstol de la ecología, de haber hecho su experimento en los Montes de Málaga, posiblemente habría adquirido la escueta pero rotunda categoría de «perturbado».
Un pequeño retazo de esos bosques de Nueva Inglaterra, con unos otoños esplendorosos repletos de montañas de hojas secas era lo que podían disfrutar, y lo ponemos en cursiva, los vecinos de El Cónsul.
En la avenida de Jenofonte se había perpetuado, en una parcela municipal de unos 4.000 metros cuadrados, una colosal hojarasca que dejaba en pañales el bosque cercano al lago Walden en el que Thoureau vivió como Grizzly Adams (serie televisiva de los años 70).
Los vecinos del Cónsul, sin embargo, no compartían tan bucólico punto de vista y estaban más que mosqueados, desde hacía años, por el riesgo de incendio. Hay que tener en cuenta que aunque las hojas no provenían de robles, hayas o arces como en esos andurriales de América sino de eucaliptos, el peligro de fuego estaba ahí.
Pero no hay mal que cien años dure. Si se da una vuelta por la avenida de Jenofonte –a dos paseos del cerro que albergó la antigua finca del Cónsul y que hoy es un bonito parque– descubrirá que la parcela tomada por montañas de hojas es hoy una planicie en barbecho. El Ayuntamiento ha dejado por fin mondo y lirondo el terrenito, con lo que todos salimos ganando, menos los jóvenes que quieran emular a Thoureau en el barrio… si es que queda algún valiente.
Recordatorio
A final de la calle Sierra de Grazalema, en la urbanización Pinos del Limonar, se encuentra la glorieta dedicada a Bernabé Fernández Canivell.
Un panel de cerámica recuerda al poeta malagueño –conocido también por ser el hijo del creador del famoso complemento alimenticio Ceregumil– pero el panel está en horas bajas. Además de oxidado, las letras lucen un sucio intenso y exhiben una certera pedrada. Si el proceso de deterioro continúa, muy pronto el homenajeado sólo será, literalmente, un recuerdo.