La Historia se repite, también la de los prototipos malaguitas. Y además, un sabio consejo para cruzar a pie el túnel de la Alcazaba y llegar impoluto al otro lado
Hace unos días hablábamos de la clasificación de los prototipos malagueños, a raíz de un reportaje sobre un videojuego de tribus urbanas. De nuevo ustedes disculparán que eche mano de un libro, la Teoría del majarón malagueño, para recordar que el concepto ontológico de chusmón puede resumirse en una secuencia de cine de terror: Una moto a toda leche con dos individuos con peinado cenicero. El copiloto, a pesar de la velocidad, tiene la habilidad de expeler un lapo que impacta en el abrigo que estrena una jovencita. La moto sigue su curso mientras el homínido que practica este deporte malaguita de precisión mira para atrás y sonríe desafiante.
Esta escena real, recogida en el libro mencionado, le sucedió a la amiga de un servidor a la salida de los Baños del Carmen hace unos 10 años. El tiempo pasa, los prototipos permanecen. Y si no, fíjense en la siguiente escena, coprotagonizada por el firmante y un prometedor homúnculo.
Ocurrió el pasado miércoles en el túnel de la Alcazaba. Regresaba uno a casa después de un día de trabajo, absorto en el eco de ruidos que ofrece este túnel sin medidas de insonorización –por haber sorteado en su día de una turbia subida de la factura de las obras–.
En esto que remontan la suave cuesta del túnel, en dirección a la plaza de la Merced, dos niños de unos 12 ó 13 años en una bici. Los niños parecen recién salidos de la playa porque van en bañador y se han dejado las camisas por ahí.
En esto que el copiloto, sin venir a cuento, expele un esputo que impacta en el polo impoluto de un servidor.
¿Cómo reaccionar en estos caso? Los psicólogos aconsejan prudencia; los amigos, poner en práctica lo de «a mal tiempo buena cara», mientras Confuncio exige mesura y templanza. Pues en esos momentos, con un escupitajo ajeno a la altura del pecho izquierdo, de nada sirvieron tan sabios consejos.
En realidad, la primera reacción del firmante, tras la incredulidad, fue la de intentar devolver el esputo, pero ahí sí funcionaron las razonables palabras de Gandhi («ojo por ojo y el mundo acabará ciego»…y más si hablamos de gargajos). El segundo impulso fue el de saltar la valla y tortear al niño pero, afortunadamente, también fue abortado.
Mas ahí se quedó la conducta ejemplar, la propia de esos personajes que luchan con dignidad contra las adversidades. Lo siguiente no fue nada ejemplar: en cuestión de segundos, de la gargante de un servidor brotó el insulto español por excelencia que, lamentablemente, descalifica la filiación materna del interpelado. Y para rematar la faena, el gesto de la peseta (el desaparecido entrenador-lexicógrafo Luis Aragonés lo rebautizó como «hacer la peineta»).
En resumen, una escena lamentable por parte de agresor y agredido. Por eso, aquí va un sabio consejo: si cruzan a pie el túnel de la Alcazaba y atisban chusmones a babor o estribor tengan a mano un paraguas. En sitios más raros ha llovido.
No sé si el majarón malagueño, o el chusma malacitano o el chusmón del tunel de la Alcazaba, o el tocagüevos del centro de Málaga, o el maledicente barriobajero, o el malaguita insoportable o el maleducado malagueño, todos ellos y cada uno a su vez, han mejorado algo o siguen impertérritos en sus extralimitadas conductas; ya le digo, no sé cómo va la cosa; pero de lo que no tengo dudas es que es usted, sencillamente, insoportable en este tema concreto; no en su magnífica labor editorial, no, ahí sería mentir y ya tenemos bastantes mentirosos en la política donde avíseme si encuentra un político, sólo uno, que diga la verdad. No, yo sólo me refiero a su empecinamiento con ver la lata de Coca-Cola tirada en mitad de un campo florido y pulcro para tildarlo de detritus en barbecho. Deje usted ya ese espeso merdellonismo que ve como nadie en chicos sin camisa que vuelven de la playa a las 14 horas en una Málaga tórrida donde las halla. Quizás esos chicos estén hartos de ser llamados lo que no son y se vengan, como las llamas, a escupitajos. Deje ya de sacar a relucir su libro sobre el majarón malagueño que jamás, jamás, debió osar atreverse a publicar. Qué no son merdellonadas todo lo que usted ve, caramb; qué su obsesión ya es más que molesta. Javier Fernández
Donde las haya. Mis disculpas. Cosas mías de aprendiz de brujo. Javier Fernández
Aunque ya hace más de treinta años que me vi obligado a salir de Málaga por motivos económico-familiares (sí, cuando muchas economías familiares despegaban en la Málaga de los ochenta algunos emigrábamos contra nuestra voluntad, también por motivos económicos), y aunque en mi peregrinación anual a la tierra que me vio nacer y en la que viví hasta los veintiún años he ido observando tales transformaciones que me hacen consciente de que la Málaga (es decir, los malagueños) en la que me crie ya no existe, sin embargo, a pesar de todo eso, veo que lamentablemente (y como era de esperar) sigue existiendo el tipo de majara que abundaba en mi infancia y en mi juventud, al que le debo muchas palizas con las que volvía a casa con la ropa y las gafas rotas. Pero lo triste era que los adultos que bregaban a diario con tan lindas criaturitas miraban para otro lado porque eran cosas de niños.
Me pregunto si los adultos que tienen trato diario con las larvas de tanto estúpido como anda suelto siguen con esa práctica tan educativa de mirar para otro lado. Aunque la facilidad con la que cedemos a la pereza de repetir los modelos conocidos me hace temer que hay cosas que no queremos que cambien.
No sé, es un comentario nostálgico de quien ve que, aunque cambien los actores (los buenos y los malos), los papeles tienden a perpetuarse (para bien y para mal).
Lo mejor será llevar un tirachinas de fabricación casera, y unas cuantas piedras en el bolsillo. O con las piedras bastaría : al menos, yo aún sigo lanzando piedras y dando en la diana elegida, ya sea una lata en medio de la playa para perros, que está guarra-guarra, o la rama de un árbol, sin causar daño.
En cuanto a tus publicaciones, ¡adelante con todas! Eres un autor polifacético, Alfonso, además de un periodista con un sano compromiso con la ciudad en que vives y con la sociedad donde habitamos. No dejes ninguna de tus facetas en el camino, sean cuales fueren las críticas. Todo eso que haces y dices, todo, eres tú perfilándote hacia el futuro, hacia la historia : no te cercenes. Los que te leemos, te vamos a seguir leyendo. Algún día esta ciudad (¡estoy seguro!) te dará las gracias por cuanto haces y escribes.
Termino : leo con agrado esas elegantes disculpas de don Javier Fernández, disculpas que avalan lo de «aprendiz de brujo».
Mi enhorabuena.