Venga y juegue al cricket como los pakistaníes

23 Jul

Las laderas verdes e impolutas del segundo tramo del Parque del Norte son perfectas para este tranquilo deporte, no así para quienes amen la sombra

El juego moderno en equipo, ya se sabe, fue un invento inglés. Los ingleses tienen en su haber juegos en equipo como el fútbol, pero también juegos de naturaleza somnolienta como el cricket, cuyo traslado a tierras americanas dio lugar al soporífero entretenimiento del béisbol.

Si quiere pasar una tarde aburrida no hace falta que vea un encuentro entre el Osasuna y un equipo entrenado por Mourinho: siga un partido de béisbol y entrará rápido en la fase REM de sueño, aparte de que un encuentro medio apenas dura tres horas.

Estas reflexiones se producen después de contemplar el mullido césped de la segunda parte del Parque del Norte, la que se extiende hasta el túnel de la fábrica Salyt.

No se sorprenda si un día ve a jugadores pakistaníes de la selección nacional de cricket practicando sobre las riberas del antiguo arroyo del Cuarto, con sus palas y rebequitas blancas (en una época del año más fresca). Esta suave cadena de lomas, pespunteada por árboles solitarios, da la impresión de pertenecer a un paisaje del Reino Unido o a un selecto club de algunas de sus excolonias.

La transformación de este espacio es sorprendente porque, la década pasada, el tramo superior del Parque del Norte era una leonera decrépita. Pero en realidad, el temor de los inconscientes que se adentraban entre la maleza no era el de toparse con fiera alguna, sino más bien el de no poder esquivar el tétanos o el tifus.

Lo anecdótico es que en parte de estas lomas tan verdes y suaves hay emplazado un parque canino, que para un perro acostumbrado al suelo terrizo de muchas de estas instalaciones es como para su dueño un papel higiénico de triple capa.

Sin ir más lejos, en la primera parte del Parque del Norte hay un parque canino que parece un derribo de obra. Los sufridos dueños cuentan al menos con una lona para resguardarse del calino.

Otro cantar es este segundo tramo, que asciende en paralelo hasta casi fundirse con el cerro de Monte Pavero y tiene hileras de álamos en la parte más pegada a la calle de La Argentinita, como recuerdo del arroyo. Y desperdigados por las lomas, ficus que algún día darán sombra, aunque por ahora sólo dan dolor de cabeza, sobre todo si uno pasea a la hora de la siesta en julio, como hizo este imprudente firmante.

La única parte que desconcierta es el tramo final, el que conecta con el Skate Park en estado de barbecho, del que hablamos la semana pasada. A partir de ahí extiende una inexplicable llanura de chinos blancos, festoneadas por cagarrutas de perros y cuajada de palos borrachos que todavía no han pegado el estirón. Del campo de cricket hemos pasado a un parque de saldo. El Ayuntamiento debería extender certificados de comportamiento heróico a todo el que cruce esta inhóspita extensión.

¿Quién tuvo la idea de colocar estos ardientes y cegadores chinos blancos? Entre cruzar esta llanura y ver un partido de béisbol a uno ya le están entrando hasta dudas…

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