El prototipo ya casi nacional del cani no es estrictamente un merdellón porque a su innato impacto estético quincallero hay que sumarle el animus belli
Hace un par de días, La Opinión recogió la inminencia de una lucha épica sin igual, un escenario bélico desconocido desde que a Elena de Troya le desaparecieron las espinillas.
Se trata del combate virtual desarrollado por dos empresas malagueñas de videojuegos, para que en internet se vean las caras los frikis, los canis y los pijos, tres tribus irreconciliables que tratarán de hacerse con la ciudad de Urban. El juego se llamará Urban Fights.
Al hilo del reportaje, un lector preguntó por qué no se empleaba la palabra merdellón, que era malagueña, en lugar de cani. Se trata, obviamente, de una decisión comercial de las dos empresas, que tratan de que a jugadores de toda España les atraiga la propuesta y para eso usan expresiones que superan el ámbito local.
En cualquier caso, el columnista Antonio Burgos apunta que el origen de la palabra cani es sevillano y es una abreviatura de canijo, el apelativo con el que los canis se llaman unos a otros. La cuestión peliaguda es si la palabra merdellón se corresponde de forma exacta con cani y eso hay que matizarlo mucho.
Para ello, un servidor echa mano del libro Teoría del majarón malagueño, que aunque nunca entrará en el canon de lecturas de las universidades de Harvard y Salamanca, tampoco merece ser pasto de las llamas y algo de provecho se le saca, al menos en esta ocasión.
El caso es que la palabra merdellón, digamos que se ha extendido tanto que ha terminado por sobrepasar al prototipo original. El merdellón era, en sus orígenes, el nuevo rico, un personaje muy abundante en Málaga desde que a finales del XVIII la ciudad salió de su invisibilidad secular con el inicio del comercio de su puerto con América.
El nuevo rico suele ser incapaz de adaptarse a su nuevo estatus socioeconómico con decoro y discreción –imagínense a Maradona en una recepción diplomática y tendrán una idea aproximada de la figura– y muchas veces no deja de ser nuevo rico a lo largo de su vida, lo que implica, sea hombre o mujer, aderezos dignos del tesoro real de Moctezuma y casas que dejan en ridículo los palacetes rococós, sin hablar de modales de beodo.
Por extensión, y sin atender a su cuenta corriente, merdellón y hortera han terminado siendo sinónimos. Pero el cani no es solo un prototipo estético sino también anímico, y el ánimo suele ser casi siempre animus belli, el de crear/buscar bronca.
Por eso, a la figura del cani se le corresponde en Málaga más bien la figura biónica del merdellón-chusmón, aquellos sujetos que además de la estética quincallera, el peinado cenicero y el pitbull, emplean a lo largo del día expresiones de amistad y fraternidad que harían fracasar, en el minuto uno, cualquier intento de negociación entre Mariano Rajoy y Artur Mas como «estoy to loco» o «te voy a reventá la cabeza».
Suelten a uno solo de estos angelitos en el videjuego y en cuestión de segundos los frikis, los canis y los pijos se tendrán que rendir… a la evidencia.