El Ayuntamiento se ha decidido por fin a urbanizar la única calle terriza del distrito Bailén-Miraflores, en la que desde 1985 se levanta el colegio público Manolo Garbayo
En 2011 La Opinión dio a conocer un misterio de la Física tan fascinante como el bosón –que no bolsón– de Higgs o las partículas cuánticas, indetectables incluso para una aspiradora. Se trataba de la mejorable situación de la calle Encarnación Fontiveros, entre el Parque del Norte y Carlos Haya.
Allí se encuentra desde su inauguración, en 1985, el colegio público Manolo –que no Manuel– Garvayo. Desde que comenzó su andadura no había conseguido que los sucesivos ayuntamientos asfaltaran la calle. La situación era tan absurda y molesta que un grupo de padres se había planteado cortar la calle como protesta, aunque hubiera sido más efectivo invitar al alcalde a un productivo paseo un día de lluvia y sin botas de agua.
El camino, muy utilizado por los vecinos de Monte Pavero, Carlinda, San Martín y el Camino de Suárez, parecía conducir más bien al Purgatorio. Era la única calle sin asfaltar del distrito Bailén-Miraflores.
Al año siguiente, el distrito, que se comprometió a mejorar este enclave, digno de un arrabal de Pyongyang, al menos asfaltó unos 80 metros de esta vía olvidada y que, curiosamente, lleva el nombre de la madre del promotor que hizo las viviendas de la zona. Faltaba, claro, un proyecto en condiciones, que por fin ha llegado en 2014, casi 30 años después de levantarse el colegio.
Pero el Ayuntamiento, felizmente, no ha querido esperar a tan magno aniversario y en estos días ya puede verse la calle Encarnación Fontiveros con un aspecto dignísimo.
Como suele ocurrir en estos casos, pese a que sigue vallada porque todavía quedan algunos remates –entre otras cosas pintar la calzada– son ya muchos los vecinos que pasean por ella o se dan una vuelta en bici, como ocurrió con las obras del bulevar, junto a Dos Hermanas y Nuevo San Andrés.
Desde las inmediaciones del túnel de la fábrica Salyt hasta el carril de la Sultana se extiende una larga recta con sus aceras, conexión con la segunda fase del Parque del Norte, sus huecos para aparcamientos y farolas. En suma, lo nunca visto.
Termina la obra en una nueva explanada para coches, ya en la calle Ciprés de la Sultana, así que se ha terminado la sensación de ingresar en territorio enemigo. Sigue siendo un misterio que una calle con una longitud tan respetable –¿800 metros?– y con un colegio público a la mediación no haya sido acondicionada hasta ahora, pero nunca es tarde si la dicha es buena –aunque un poco tarde, ustedes coincidirán conmigo, sí que es–. En todo caso, Felicidades.
Desprotección
Por cierto que junto a esa explanada para aparcamientos se encuentra la calle Mochingo, en recuerdo de un lagar que había justo en la zona. La calle cuenta con dos antiguas viviendas de tejas verdes y remates de cerámica. Son modestas pero de preciosa factura, justo el tipo de casas que nuestro PGOU nunca protegerá.