Frente a los dispendios de algunos en Levante, La Concepción es el ejemplo de un plató natural baratito que ha servido para un roto y para un descosido
Acabamos de enterarnos de que la Unión Europea reclama por competencia desleal una elefantiásica cantidad de dinero destinada a una ciudad del cine de la Comunidad Valenciana.
En líneas generales, los políticos valencianos parecen haber seguido en la época de las vacas gordas una estrategia fallera de grandiosidad y fuegos fatuos a la hora de planificar sus proyectos más inolvidables.
Lástima que no sigan el ejemplo que desde los años 40 se desarrolla en un rincón de Málaga. Sin necesidad de gastarse lo que no está escrito, el jardín de La Concepción lleva sirviendo lo mismo para un roto que para un descosido cuando de rodar películas se trata. Y ya la acción transcurra en los Mares del Sur, en Filipinas o en Cuenca, siempre habrá un rincón de la finca que evoque estos dispares puntos del globo.
El último boletín de la Asociación de Amigos del Jardín Botánico-Histórico de La Concepción incluye un completo y curioso artículo de Mari Pepa Lara sobre los rodajes en la finca. Se llevaron a cabo en su mayoría en tiempos de la familia Echevarría-Echevarrieta, los grandes olvidados, pese a que fue la que por más décadas tuvo la propiedad de la parcelita.
La primera, Bambú, de 1945, con Imperio Argentina. Un musical ambientado en Santiago de Cuba que también se rodó en los jardines de La Aurora, hoy de Picasso.
El mismo año se rodó la más famosa de todas, Los últimos de Filipinas. De 1948 es La mies es mucha. La Concepción se transformó en el poblado indio de Katinga, donde Fernando Fernán Gómez era misionero.
Y de la India, a la isla de Guanahaní. En Alba de América, de 1951, resulta que Cristóbal Colón descubre la finca de La Concepción (veánse las dos fotos)
En 1953, viaje a Puerto Rico con sus casas indígenas del XVIII. Allí transcurre parte de la acción de El barbero de Sevilla, protagonizado por Luis Mariano.
Molokai, la isla maldita (1959) transformó la finca en la conocida leprosería hawaiana.
La Concepción no abandonaría los Mares del Sur con Los conquistadores del Pacífico (1962), que cuenta la vida de Vasco Núñez de Balboa. Y tras los conquistadores, el turno de los vikingos un año más tarde: en Erik, el vikingo aparece la finca convertida en poblado vikingo.
Tabú (Fugitivos en las islas del Sur), 1965 desplazó la propiedad de los Echevarría-Echevarrieta hasta las islas Fidji. Ahora tocaba ser un poblado polinesio.
Ese mismo año siguió el viaje alrededor del mundo. En El tigre se perfuma con dinamita, 1965, el equipo de rodaje viajó hasta La Concepción para ahorrarse el rodaje en la Guayana francesa.
Pasaron casi 20 años hasta el siguiente rodaje: Marbella, un golpe de cinco estrellas, 1984, de nuevo para transmutarse en Puerto Rico.
El último rodaje, en 2003, El Puente de San Luis Rey, la espantosa película rodada en varios puntos de la capital y la provincia. La América colonial. Y la constatación de que La Concepción sale mil veces más barata que los dispendios de algunos políticos.