Aquel verano en la plaza de Santa María

4 Jul

Juan Martínez, que pasó su niñez en la plaza vecina de la Alcazaba, recuerda los veranos en los modestos corralones y los ritos de la noche de San Juan

A raíz de la pasada Noche de San Juan, una persona que celebra su santo ese día, Juan Martínez, hoy dirigente vecinal de Churriana, ha querido compartir los recuerdos de su niñez con esta sección. Vivió Juan toda su infancia en uno de los corralones de la plaza de Santa María, en la zona de Mundo Nuevo, un barrio a la sombra de la Alcazaba que nunca se caracterizó porque sus habitantes llevaran una vida de derroche continuo.

Los niños de la plaza de Santa María vivían la noche de los júas con mucha ilusión. Bajaban por el túnel de Mundo Nuevo y los Jardines de Puerta Oscura, pasaban el Ayuntamiento y se dirigían a la popular playa de Lavachochos, en La Malagueta, más o menos donde hoy se asienta el Real Club Mediterráneo.

En la noche con más horas de sol, el solsticio de verano se celebraba con un baño a fondo, para el que los niños empleaban estropajo y jabón Lagarto verde. «Te duraba tanto que yo creo que uno se moría antes, y no veas la espuma que daba», recuerda Juan Martínez.

Tras el baño venía el rito de darse tres ahogadillas y luego los niños recogían agua del mar en botellas para llevárselas a las familias y a los mayores que no podían desplazarse hasta la playa. Con ellas, salpicaban los rincones de todas las casas para echar a los malos espíritus.

No faltaba la hoguera en la playa ni en la plazuela de Santa María ni tampoco un juego que se estilaba mucho en la playa de Lavachochos en esa noche mágica: echar a volar cometas. Estas se fabricaban de forma muy modesta con las cañas de las escobas, hechas tiras, papel de periódico y para unir el invento, agua y harina.

La playa, por cierto, era también el sustento de muchas familias. Algunos vecinos vendían en la zona lo que pescaban. Otros regentaban pequeños negocios de los alrededores como una carbonería en la plaza de la Merced, en realidad un puestecito con cuyo carbón se alimentaban las estufas en invierno. Y en cuanto a la luz, se empleaban únicamente quinqués.

Junto a las cometas, los niños pasaban el verano jugando en la plaza a las canicas o a los trompos. «Rompíamos más que Matusalén porque le quitábamos la púa al trompo y le poníamos un clavo», recuerda Juan, así que la lucha de trompos estaba asegurada.

Los niños, con 10 o 12 años, ya trabajaban en comercios y bares de los alrededores. Juan destaca la ilusión cada vez que cambiaba en la calle Larios los cascos del coñac Fundador por los famosos discos de propaganda de Fundador, que fueron un éxito en los años 60. También era motivo de alegría poder comprar, en un kiosquillo de la plaza de la Merced, un número de Hazañas Bélicas. Y siempre, al regresar al corralón de la plaza de Santa María, la sensación de estar viviendo en una modesta pero gran familia. «Cada vez que celebrábamos una fiesta, allí nadie tenía un duro pero a nadie le faltaba nunca de nada», cuenta. Así eran los veranos de su infancia. Gracias Juan por compartirlos.

Una respuesta a «Aquel verano en la plaza de Santa María»

  1. Hola Alfonso: Soy Pepa Reyes la bisnieta de Arturo Reyes. Me ha gustado mucho esta publicación sobre esta plaza de la que quizás uno de los únicos vestigios que queden pueda ser una poesía que Arturo le dedicó y que finaliza así:

    ¡Plaza de Santa María!,
    ¡salve! plaza pintoresca,
    ¡salve! rincón, que, olvidado
    por el progreso, recuerda
    la Málaga de otros días;
    la Málaga que ya entierran
    los años, con sus floridos
    balcones, y con sus rejas
    floridas, con sus canciones
    y con sus típicas fiestas,
    y su indumentaria típica;
    cosas, en fin, de que apenas
    van ya quedando vestigios
    en mi Málaga la bella.

    Te voy a enviar la poesía completa a tu correo y si quieres remitírsela a D. Juan Martínez te lo agradecería pues me encantaría que supiera como era su plaza en el siglo XIX.

    Saludos.

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