Por desgracia, se ha convertido en un rito el desplazamiento de camiones al parque periurbano de La Virreina para echar escombros junto al arroyo de Mendelín
Hace ya once años que, gracias a la Unión Europea que puso tres millones de euros, se inauguró el parque periurbano de La Virreina. Se trata de 57 hectáreas cruzadas por el arroyo de Mendelín, que en los últimos años ha pasado de ser una de las escombreras más activas y concurridas de Málaga a un espacio en el que la acumulación de porquería se ha contenido de forma relativa.
El paseo más concurrido es el que transcurre en llano y sale del caserón de La Virreina, devuelto a la vida tras su demolición. La primera parte es un parque ajardinado con bonitas grevilleas o árboles de fuego, ficus y chorisias.
Además, hace tiempo que desapareció un casetón en el que raro era el día en el que no aparecían (o permanecían) montañas de ropa y deposiciones de improbable origen canino.
Con un paseo central con lascas de pizarra, da la impresión de que damos una vuelta por el chalé de algún magnate de la Costa, aunque la ausencia de una casa con balaustrada, enanos y águilas de escayola, sin olvidar la piscina con estatuas griegas pronto desmiente la sensación. Pero lo que de verdad lo desmiente es el segundo tramo, ya sin ajardinar. Ahí es donde comienza el parque periurbano, cuyo concepto, básicamente, consiste en un parque que se mantiene a la buena de Dios, como un trozo de monte cualquiera.
Y sin embargo, tiene algunas peculiaridades como la presencia de decenas de brachichiton, trasplantados durante las obras del metro, muchos de los cuales ofrecen en estos días tímidas flores.
Unos metros más adelante, en una zona planificada para barbacoas, los vándalos se han llevado hasta el recuerdo, así que no queda ni un hierro para que los chorizos, morcillas y salchichitas queden a gusto del consumidor.
Pasado este tramo comienza la parte chunga, la del descontrol. En el mismo cauce reseco del arroyo Mendelín, encauzado con grandes piedras, asoman pequeños álamos blancos pero también montañitas de escombros y huellas de camiones. El tamaño de los cerros de porquería o bien indican restos de pequeñas obras de las que se han desprendido los vándalos o bien algún homínido que se ha dedicado a espurrear los restos de obra, como Pulgarcito con las migas de pan.
Y todo esto en un entorno en el que las correntías han horadado el suelo y el paseante poco diestro tendrá problemas para no dar un traspié. También hay que decir que desde que un firmante viene siguiendo la pista a este parque-escombrera, los niveles de porquería han bajado bastante y, por ejemplo, un servidor no ha encontrado neveras en el cauce como en otras ocasiones.
¿La crisis ha rebajado el número de camiones con escombros y la reducción del consumo el de neveras o es que los malagueños somos más cívicos? Lo sabremos si algún día escampa de verdad el temporal de la crisis.